Eduardo Zapata
Leonardo y la administración pública
Aceptar un cargo público para el que no se está preparado es corrupción
Vergüenza ajena. Y tengo que decirlo a viva voz y muy a mi pesar porque ahora no solo debemos contentarnos con figuras y voces políticas realmente impresentables, sino que tenemos que aceptar la desaparición de palabras como profesionalismo, méritos y ética. Y más bien constatar el ´triunfo´ de la antítesis de lo que significan esas palabras en tiempos cuando más urgen en su verdadera acepción.
Y no me refiero ya a desafortunadas declaraciones o a claros indicios de ignorancia en los gestores públicos o aspirantes a serlo. Y es que una gran mayoría de estos llega hasta a vanagloriarse de venir ´sirviendo a la patria´ desde hace, por ejemplo, 25 años. Y cuando –sin ruborizarse siquiera– pormenorizan sus honorables servicios, enumeran que fueron tres meses asesores de salud, seis meses directores generales en el sector interior, tres meses gerentes en alguna municipalidad, miembros del directorio de una o más empresas estatales y hasta expertos en energía atómica. Probablemente alguno de ellos mencione también que fue congresista de no sé qué partido ni qué hice.
Giorgio Vasari, ese gran historiador, testigo y actor del Renacimiento italiano, siempre nos recordaba que Leonardo da Vinci era un hombre sobrenatural. Sobrenatural por sus dominios, conocimientos y arte en diferentes disciplinas. Su talento –en efecto– le permitía optar por diferentes emprendimientos creativos. Pero lo hacía porque sabía que en cualquiera de los dominios iba a convertir la piedra en arte.
Volvamos a nuestra prosaica realidad. Porque ya hemos dicho aquí que aceptar un cargo público para el cual uno no está preparado es per se un acto corrupto. Y tenemos entonces que estos señores que han ´servido a la patria´ por 25 años se están vanagloriando de haberse paseado por casi toda la administración pública como expertos o conocedores, con lo cual no hacen sino decirnos que se vanaglorian de haber vivido del Estado desde una huérfana condición de ignaros. Para los cuales las palabras profesionalidad, mérito y ética resultan términos inexistentes.
Peor resulta leer las historias de vida familiares de muchos de estos señores. Más bien un prontuario que un currículum. Pegalones, abusadores, estafadores, incapaces de ser fieles, borrachines… y demás. ¿Acaso los peruanos estamos condenados a elegir –y tomo la expresión prestada– ´entre el cáncer y la lepra?´.
Creo que todos conocemos profesionales idóneos dispuestos a servir al país. Creo que todos conocemos personas que no mueren por un fajín ministerial ni por las gollerías del Poder. Claro que también los hay aún en la administración pública pese a que su actuar se vea neutralizado por esta cultura del cinismo que está invadiendo y dominando ya los espacios públicos. Y más que claro que hay una serie de personas en la actividad privada que prestarían su concurso si no tuviesen que convivir con personajes que constituyen precisamente la antítesis de los valores. En verdad, en verdad, hay mucho de cierto en aquello de Dime con quién andas y te diré quién eres.
Nos habíamos llenado de Leonardos da Vinci en la administración pública y no nos habíamos dado cuenta. Cierto es tal vez que no encontremos un genio como el Leonardo original. Pero cierto y exigible es que quienes aspiren al Poder deben dar fe de sus propias competencias, y cierto es también que el Partido o Movimiento que los agrupe crea –y exija en sus candidatos– profesionalismo, méritos y ética.
En las campañas electorales –que ya se han iniciado, dicho sea de paso– nos hablarán de fascismos y neoliberalismos; de conservadores y liberales; y de antis, por supuesto. Meros recursos por el voto, en su mayoría. Exijamos más bien a todos, y más allá de ´clicks´ de campaña, cuadros profesionales, méritos y ética… decencia.
COMENTARIOS