Renatto Bautista
Hace 36 años cayó el Muro de Berlín
El triunfo de la libertad sobre el totalitarismo
Ayer se conmemoraron treinta y seis años de la caída del Muro de Berlín, uno de los acontecimientos más trascendentales del siglo XX. Aquella noche del 9 de noviembre de 1989 no solo marcó el derrumbe físico de una muralla de concreto y alambradas, sino también el colapso moral y político de una ideología que, en nombre de la redención colectiva, impuso la opresión más absoluta. El comunismo soviético —totalitario en lo político y estatista en lo económico— se mostró incapaz de sostenerse frente al impulso incontenible de los pueblos que anhelaban libertad.
El Muro de Berlín había sido el símbolo más evidente de la división del mundo entre dos sistemas irreconciliables: uno fundado en la libertad individual y el otro en la coerción estatal. Su caída, a juicio de muchos historiadores, significó el inicio del fin del llamado “Imperio del Mal”, expresión acuñada por el entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, para describir con precisión la naturaleza de la Unión Soviética. Aquella caracterización, lejos de ser retórica, capturó la esencia de un régimen que sometió a millones de personas bajo el peso del miedo, la censura y la miseria planificada.
El proceso que culminó en 1989 no fue fortuito. Fue el resultado de un liderazgo político y moral sin precedentes. Margaret Thatcher, Ronald Reagan y San Juan Pablo II supieron comprender que la coexistencia con el totalitarismo era una ilusión peligrosa. Los tres compartieron la convicción de que no se puede pactar con un sistema que niega la dignidad humana. Su acción conjunta —desde la firmeza política hasta la inspiración espiritual— socavó los cimientos del régimen soviético hasta precipitar su disolución definitiva en la Navidad de 1991, cuando la bandera roja dejó de ondear sobre el Kremlin sin que se derramara una sola gota de sangre.
El Muro de Berlín cayó, pero su recuerdo permanece como advertencia. Representa el triunfo de la libertad sobre el miedo, del individuo sobre el Estado omnipotente, y de la verdad sobre la propaganda. Para las nuevas generaciones, que no vivieron la perversidad del totalitarismo soviético ni los años de la Guerra Fría, esta fecha debe servir como lección y ejemplo. La libertad, una vez conquistada, nunca está asegurada: requiere vigilancia, coraje y convicción.
Quienes amamos la libertad debemos mantener vivo ese compromiso. Defenderla, enseñarla y transmitir su valor a quienes vienen detrás es un deber moral. Porque la historia ha demostrado, una y otra vez, que la libertad no se mendiga: se conquista, se preserva y, si es necesario, se entrega la vida por ella.
















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