La agroexportación en el Perú, por su capacidad ...
La izquierda y el progresismo suelen fomentar el pesimismo buscando que la ciudadanía pierda la esperanza en el futuro y termine, como se dice, pateando el tablero; tal como sucedió en las elecciones del 2021, en las que se eligió a Pedro Castillo, el peor candidato de la historia republicana y el menos preparado.
Sin embargo, luego de que una república y una economía son sometidos a la peor de las pruebas –es decir, el gobierno de Castillo y la sucesión constitucional de Dina Boluarte– y, no obstante, lograra mantener sus columnas institucionales y económicas hay todos los argumentos posibles para construir un escenario optimista. Hoy las instituciones del Estado de derecho persisten a pesar de las evidentes erosiones y la economía crece en promedio en 3% anual, a pesar del desmanejo fiscal y la ausencia de reformas.
Una manera de enfrentar el pesimismo y abonar al optimismo es recordando las proyecciones que los economistas y las instituciones multilaterales formulaban sobre las posibilidades del Perú en la primera década del nuevo milenio: si el Perú hubiera seguido creciendo sobre el 6% y reduciendo entre tres y cuatro puntos anuales de pobreza, entonces en el Bicentenario el Perú habría alcanzado un ingreso per cápita cercano al de un país desarrollado y la pobreza caído debajo del 6% de la población (al Bicentenario llegamos con Castillo y la pobreza está en 27%).
Recordar las posibilidades perdidas no solo sirve para entender qué se hizo mal, sino también es útil para precisar nuestras gigantescas posibilidades para el futuro.
En este contexto, el Perú necesita elegir con sentido común en el 2026 y evitar los escenarios al borde del abismo que promueven las izquierdas. No solo se trata de que gane un movimiento de la centro derecha, sino que dos centro derechas pasen a la segunda vuelta y, en medio de la fragmentación política, se organice una coalición que otorgue la suficiente gobernabilidad para recuperar el principio de autoridad y desarrollar reformas que relancen el Perú. ¿Sueño de un ultraderechista desconectado de la realidad? De ninguna manera. El Perú ya votó con los pies y ha entendido que las segundas vueltas al borde del abismo han construido la actual tragedia del país desde dos décadas atrás.
Si el Perú vota bien en el 2026, una de las primeras reformas constitucionales que se debe procesar es una reforma electoral –que incluya aspectos constitucionales y legales– que posibiliten elegir al presidente de la República y al Congreso en la segunda vuelta. De esta manera el nuevo jefe de Estado tendrá mayoría política. Otro objetivo de la reforma: acabar con la balcanización de la política, fomentando el bipartidismo en el Perú para otorgar gobernabilidad al sistema. Semejante objetivo demanda derogar todas las leyes intervencionistas y burocráticas que ha fomentado el progresismo sobre los partidos y que explican la terrible fragmentación de la política.
Sobre esta base política los peruanos deben enrumbarse a acabar con el actual Estado burocrático que, con sus ministerios, oficinas y sobrerregulaciones, se ha convertido en el principal enemigo del avance del país. El Estado consume cerca de un tercio del PBI de más de US$ 300,000 millones, pero no ofrece ningún servicio. Por el contrario, bloquea a la inversión privada, prolonga la pobreza y fomenta la informalidad de las mayorías.
El fin del Estado burocrático significa reducir el gasto del Estado por lo menos en una tercera parte: cancelar los ministerios a la mitad, terminar con la sobrerregulación y redefinir la descentralización y el papel de las regiones. Sobre este escenario es posible plantearse una reforma tributaria que reduzca impuestos y simplifique su cobro; una reforma laboral que establezca la flexibilidad en los contratos de trabajo; avanzar en las reformas de la educación y del sistema de salud para calificar el capital humano de la sociedad y promover un shock de inversiones en infraestructuras a través de las asociaciones público-privadas y el sistema de obras por impuestos.
Recordar que hoy podríamos haber alcanzado el ingreso per cápita cercano al de un país desarrollado nos permite entender qué cosas se hicieron mal y por qué el país ha perdido una nueva década. Si bien no hemos retrocedido, estancarse, perder el tren del desarrollo en una sociedad con 27% de la población en pobreza es un verdadero crimen. En ese sentido, todo comienza con votar bien, con recordar que la izquierda y las elecciones al borde del abismo nos han sacado del camino al desarrollo.
















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