Todo indica que el Ejecutivo seguirá desarrollando salv...
Una de las preguntas que suelen hacerse los especialistas en desarrollo es por qué el Perú, con tantas ventajas incomparables en geografía y recursos naturales, no ha llegado a ser un país desarrollado en la actualidad. Las interrogantes se vuelven acuciantes cuando los analistas reparan que, durante tres siglos de virreinato, el Perú sí fue una potencia planetaria, un actor del mundo. Los logros virreinales del Perú hacen palidecer a cualquier sociedad de la región: aquí se acuñaba el peso de plata español (el llamado dólar español) que provenía de las minas de Potosí y que se convirtió en moneda de intercambio internacional (en China y los nacientes Estados Unidos); igualmente la gramática del quechua antecedió a muchas gramáticas de lenguas europeas y la República de Indios, con sus nobles indígenas, era similar a cualquier reino europeo del Imperio español.
De alguna manera, pues, el Perú está llamado a ser un grande por su geografía y recursos naturales, pero también por su historia. ¿Por qué entonces el Perú está atrapado en el camino hacia el desarrollo? La respuesta parece evidente: porque ni la geografía ni los recursos naturales por sí solos garantizan el desarrollo al margen del Estado de derecho y de un sistema de instituciones que garanticen las libertades y los mercados. Y desde la independencia el Perú está sumergido en revolución tras revolución sin posibilidades de establecer un sistema institucional de largo plazo. Hoy incluso algunos lunáticos y revolucionarios siguen insistiendo con vacancias y asambleas constituyentes.
Japón, Corea del Sur, Singapur y Taiwán, por ejemplo, alcanzaron el desarrollo sin contar con mayores recursos naturales. Su voluntad de construir instituciones y desarrollar reformas audaces en educación y salud los está llevando a consolidar estados de derecho parecidos a las experiencias occidentales. Es el Estado de derecho y el capital humano (educación y salud) lo que define, entonces, el desarrollo.
Sin embargo, Estado de derecho, capital humano y posiciones inmejorables en geografía y recursos naturales pueden generar un camino más rápido al desarrollo.
Por su profundidad y calado las costas del Perú en el Pacífico están llamadas a convertirse en los ejes portuarios de la conexión con el Atlántico, tal como empieza a demostrarlo el puerto de Chancay. Igualmente, el desierto de la costa que existe como tal por la Cordillera de los Andes (que detiene la evaporación de la cuenca del Atlántico) y por las corrientes del Pacífico, es el espacio natural para el desarrollo de las agroexportaciones que exige una condición básica: el riego debe ser a voluntad, planificado. De ninguna manera se puede regar con lluvias. De esta manera la costa peruana avanza a transformarse en una despensa mundial de frutas y legumbres.
Y ni qué decir de las reservas naturales en cobre, plata, zinc y oro que convierten al país en una verdadera potencia mundial.
¿A qué viene todo este recordatorio? A pesar de todos los problemas acumulados, a pesar de todos los retrocesos registrados, es hora de recuperar el optimismo en las posibilidades del país. Una buena decisión de los electores en el 2026, una elección de un jefe de Estado con sentido común sería suficiente para relanzar el Perú hacia el estrellato mundial. Vale recordar que las estrategias de los movimientos antisistema, de las izquierdas en general, es sembrar el pesimismo.
En ese contexto el país necesita todos los capitales y tecnologías provenientes de Occidente y de Asia, sin olvidar que el Perú es una democracia, una república, en la que se controla el exceso de poder y, por lo tanto, su camino hacia el desarrollo es propio, singular. Es el camino de un jaguar sudamericano, copiando lo mejor de la experiencia de los tigres de Asia, pero con democracia y libertades.
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