Davis Figueroa
El voto inconsciente
La voluntad de la mayoría casi siempre se equivoca
“Si la mayor parte de los votantes actúa de manera
estúpida, no sólo se daña a sí misma. Perjudica a otros
votantes mejor informados y más racionales, a los que
pertenecen a minorías, a los ciudadanos que se abstienen
de votar, a las generaciones futuras, a los niños, los
inmigrantes y los extranjeros que no pueden votar pero
que siguen estando sujetos, y se ven afectados, por las
decisiones democráticas. La toma de decisiones políticas
no consiste en elegir para uno mismo; significa elegir para
todos. Si la mayoría adopta una decisión caprichosa, los
demás tienen que padecer sus riesgos”.
Jason Brennan, Contra la democracia (2016)
A pocos días de las elecciones presidenciales y parlamentarias, las últimas encuestas coinciden en que más del 20% de los peruanos no sabe por quién votar, o que votaría en blanco o viciado. Una situación que demuestra una actitud de desinterés e irreflexión en la mayoría del electorado.
Tanto el gobierno de Vizcarra como el de Sagasti han sido desastrosos y han demostrado que provienen del mismo germen estatista. Ambos se prosternaron ante un Estado paternalista y asistencialista, sin tener la mínima noción de cómo salvaguardar a un país en crisis que se derrumbaba frente a sus narices. Lo cual trajo como consecuencia un crecimiento exponencial de contagios y muertes por Covid-19, así como el desempleo masivo y la paralización de las actividades económicas a gran escala. Se trata, pues, de dos gobiernos fugaces y deletéreos, que acabaron con las vidas de decenas de miles de peruanos y que destruyeron la economía de nuestro país.
¿Se comprende bien que el rol protagónico del Estado es el causante de nuestras miserias? A mayor Estado, menor libertad y progreso. Más aún si se trata de implantar a las masas aletargadas aquel trastorno denominado socialismo, el cual todavía persiste en las repúblicas de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Está de más decir que semejantes regímenes podrían ser adoptados por candidatos como Verónika Mendoza, Yonhy Lescano o Pedro Castillo. Sin embargo, ¿por qué existen electores dispuestos a votar por ellos?
Estamos, pues, ante el fenómeno del voto inconsciente y el descompromiso político de la ciudadanía. Es más fácil sumergirse en los vertederos sociales de internet que informarse una vez por semana sobre los planes de gobierno y las propuestas de los candidatos hoy en boga. El escrutinio y la deliberación cada cinco años deben representar una tarea muy pesada y agobiante para nuestra generación del bicentenario. Ahora basta con compartir memes o videos de un minuto para informarse. Es mejor reírse de uno mismo y del pequeño mundo circundante, a modo del bufón, que reparar en las consecuencias de un voto desinformado o caprichoso.
John Stuart Mill fue un filósofo y economista que sostuvo que debe instaurarse aquella forma de gobierno que genere los mejores resultados. Un adagio utilitarista que, en un primer momento, se trastocó en la planificación centralizada y la regulación excesiva para alcanzar el desarrollo socioeconómico. Y que luego se subsanó con la historia, la caída del muro de Berlín y la evidencia de los regímenes socialistas; dando lugar a un ideal de gobierno limitado, que promueve el libre mercado y defiende los derechos liberales.
El compromiso cívico de sufragar responsablemente es inexigible en nuestros días de progresía cachivachera. Hoy se pretende reivindicar ideológicamente a la teoría del esperpento; es decir, al socialismo de las masas adormecidas y exánimes. Sus variopintos representantes refulgen de rojo y morado, así como de los colores del arcoíris progre-inclusivo. Todos están ansiosos por ocupar la presidencia y una curul en el Congreso. Las dignidades son más rentables.
Pueda que la mayoría de votantes no solamente sea ignorante, sino que también esté mal informada por las encuestas y ciertos medios de comunicación. También es posible que actúe irracionalmente por simpatía o encono hacia un determinado candidato, en lugar de analizar concienzudamente su plan de gobierno. Sin embargo, a pesar de los intentos para ilustrar al electorado, siempre se sobrepondrá la ignorancia y la irracionalidad más tenaz. La resistencia al aprendizaje cívico y la ausencia de pactos políticos demuestran que el peruano es capaz de inmolarse antes que aceptar o sopesar una posición contraria a la suya.
En un plano ideal, estimo que en seiscientos años podremos apreciar un auge del compromiso cívico de hacer las cosas conscientemente. Los peruanos del octocentenario se ocuparán de indagar los yerros de la historia posmoderna y averiguarán cómo acabaron los gobiernos democráticos para abrirle paso a la epistocracia y, posteriormente, al anarquismo libertario que soñaba Rothbard. No existirán dioses ni creyentes, ni presidentes ni ministros, ni congresistas ni senadores, ni jueces ni fiscales. Se acabará toda la roña de la corrupción humana y se dejará todo al arbitrio de la preclara inteligencia artificial, acumulada in saecula saeculorum (por lo siglos de los siglos).
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