La comisión de Constitución del Congreso de la R...
¿Hay motivos para ser pesimistas en el Perú? Por supuesto que sí. Los yerros que acumulan el Ejecutivo y el Congreso generan una alta desaprobación de estas instituciones tutelares del sistema democrático. Igualmente, el avance de las economías ilegales en el sistema político y la continuidad de la informalidad de la economía y la sociedad abonan a cualquier pesimismo. Asimismo, la fragmentación del sistema político que podría llevarnos a unas elecciones del 2026 con más de 30 candidatos presidenciales ensombrece el futuro del Perú.
Sin embargo, también existen razones para el optimismo que deberían balancear cualquier tendencia pesimista en la evaluación del futuro nacional. Por ejemplo, el Perú se ha salvado de una de las peores amenazas que enfrenta una sociedad democrática: un gobierno de corte comunista y colectivista que pretendía instaurar una dictadura de largo plazo a través de una asamblea constituyente. A pesar de la devastación que dejó el gobierno de Pedro Castillo –incluso un año en recesión y aumento de la pobreza en cerca de 10 puntos– las instituciones del Estado de derecho, más allá de las erosiones y las fragilidades, se mantienen funcionando. El modelo de economía de mercado, asimismo, mantiene sus columnas centrales pese al bajo crecimiento y la postergación de las inversiones.
Siempre vale recordar que cuando las sociedades cometen el grave error de elegir la peor alternativa, tal como sucedió con la elección de Castillo, generalmente, los sistemas institucionales y económicos son destruidos, devastados. En el Perú no ha sucedido algo parecido. Luego del golpe de Castillo y las olas de violencia insurreccional en el país se ha instalado una frágil estabilidad que explica que el cronograma electoral hacia el 2026 –a pesar de las polaridades y desencuentros– continúe avanzando y que las instituciones funcionen y cumplan con sus prerrogativas constitucionales.
Por otro lado, comienzan a reactivarse diversos proyectos de inversión, tales como el reinicio de actividades del proyecto de cobre Tía María en Arequipa, el avance de Michiquillay y las buenas noticias de La Granja, en Cajamarca. Igualmente, el destrabe de Majes Siguas II y de la III Etapa de Chavimochic, así como los avances de Chinecas le agregarían cerca de 240,000 hectáreas (ganadas al desierto) a la frontera agroexportadora. De la misma manera, el desarrollo de 15 megaproyectos de infraestructura comienza a convocar las miradas del mundo sobre el otrora milagro económico peruano que comenzó a apagarse desde la segunda década de este milenio.
En este contexto las proyecciones de crecimiento de la economía avanzan hacia el alza; es decir, sobre el 3% del PBI. Una cifra que es insuficiente para seguir reduciendo la pobreza, pero que revela que algo se mueve en términos positivos en la economía nacional.
Las buenas noticias en cuanto a instituciones y economía, pues, son el resultado de la frágil estabilidad instalada luego de la devastación que dejó Castillo, una frágil estabilidad que todos los peruanos de buena voluntad están obligados a preservar.
El gran problema del Perú es la alternativa hacia el 2026 debido a la fragmentación y balcanización de la política. Hoy nadie sabe por quién votar, y todos nos enrumbamos hacia los comicios nacionales con un nudo en la garganta por el miedo al antivoto. Sin embargo, en una reciente encuesta de Datum, se registra que la mayoría del país se identifica con la centro derecha, un resultado que es un directo aprendizaje de la destrucción dejada por el pasado gobierno del lápiz. Es decir, la gente ya no será embaucada con facilidad.
En cualquier caso, hay motivos para un optimismo realista y que deberían morigerar las tendencias predominantes al pesimismo que se registran en los medios y en el espacio público nacional. Algo que contrasta con la admiración con la que se suele mirar en el exterior los avances de nuestra economía.
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