En medio de la guerra comercial que se ha desatado en el plane...
La crisis política en el Perú, las tensiones entre Ejecutivo y Legislativo y la evidente judicialización del espacio público no deberían ser obstáculos para que las fuerzas promercado —es decir, pepekausas, fujimoristas, apepistas, acciopopulista y otros— encuentren los espacios para elaborar una agenda que preserve los fundamentos económicos que han organizado el Perú de los últimos 25 años. Sin esas bases económicas, que se deben resguardar, el Perú no habría triplicado su PBI ni habría reducido la pobreza del 60% de la población a solo 20%, ni menos se habrían expandido las clases medias como ha sucedido en los últimos quince años.
Desde el regreso a la democracia, a inicios del nuevo milenio, el país viene retrocediendo de manera preocupante en los rankings de competitividad y en el clima de negocios, retrocesos que han convertido a la economía peruana —no obstante que es una con más tratados de libre comercio en la región— en sobrerregulada y repleta de procedimientos. Sin embargo los fundamentos macroeconómicos del país nunca estuvieron en cuestión.
Hoy la novedad es que la macroeconomía también empieza a ser devorada por los nubarrones de la incertidumbre. Por ejemplo, el déficit fiscal del 2017 llegará al 3.2% del PBI y se calcula que el 2018 alcanzará el 3.5%. Pero el déficit fiscal crece en medio de una preocupante tendencia a la baja de los ingresos fiscales: el año pasado la recaudación apenas llegó al 12.9% del PBI de presión tributaria, una de las más bajas en la última década. En este contexto, vale preguntarse qué posibilidades reales existen de que el 2021 se reduzca el déficit al 1%, tal como se tiene planeado. Si consideramos que la deuda pública ya sobrepasa el 26% del PBI, y que se acerca peligrosamente al límite de 30% establecido, ¿acaso no es justo prever un escenario pesimista en el que nuestro país pierda su calificación crediticia, tal como sucedió con Chile?
En este contexto, ¿por qué las relaciones Ejecutivo y Legislativo solo se focalizan en investigaciones y acciones de control político e ignoran la necesidad de mantener la macroeconomía del Perú? Muy por el contrario, la oposición parece dispuesta a mirar a otro lado mientras el Ejecutivo invierte US$ 5,000 millones en la modernización de la refinería de Talara, un verdadero elefante blanco en un país sin petróleo para refinar, en tanto los padres de la patria se lanzan a aprobar leyes que vulneran la posición fiscal del país.
Al respecto siempre vale recordar que el Perú es una típica sociedad de ingresos medios. Ha llegado a esa condición gracias a una primera generación de reformas, pero estas ya no pueden seguir impulsando el crecimiento. De allí, por ejemplo, que no obstante la trepada del precio del cobre y los minerales, y el inmejorable entorno internacional, algunos señalen que será complicado conseguir la meta de crecer el 2018 por encima del 4%.
Si bien los nubarrones económicos para este año provienen, principalmente, de la evidente crisis de gobernabilidad de la democracia, es evidente que hoy la ausencia de una segunda ola de reformas comienza a convertirse en el principal obstáculo a superar. Gracias al impulso de las reformas de los noventa, en el país se estableció una lógica que separaba la casi perpetua crisis política del crecimiento vertiginoso. La mala política no afectaba a la buena economía.
Hoy esa dinámica resulta imposible porque las reformas de los noventa han perdido su capacidad de impulsar el crecimiento, o quizá porque la crisis política es tan grave que ya nadie piensa en reformas. En otras palabras, el Perú no crece porque no avanza en la reforma laboral, en las reforma de sus instituciones, en la transformación de sus sistemas educativos y de salud, y en la solución de los problemas de infraestructuras acumulados.
Si la economía carece de nuevas reformas, si la competitividad y clima de negocios retroceden, y encima le agregamos la pérdida de los fundamentos de nuestra macroeconomía, entonces las propuestas antisistema habrán triunfado sin necesidad de llegar al poder.
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