En el corredor minero del sur –que integran las regiones...
Una de las grandes claves para que las sociedades alcancen el desarrollo está en definir de dónde proviene la riqueza y la posibilidad de reducir el flagelo social de la pobreza. Y en esas definiciones, hay sociedades que permanecen en la pobreza de siglos pasados y otras naciones que alcanzan el desarrollo.
Las sociedades que permanecen en pobreza y se estancan suelen aceptar las magias y leyendas marxistas acerca de que los trabajadores crean la riqueza y que los empresarios y privados se dedican “a explotarlos, a robarles”, a través de la fábula de la plusvalía. De esa leyenda, que romantiza el trabajo en la creación de riqueza, proviene otro relato acerca de que los recursos naturales producen la riqueza y las grandes compañías transnacionales se “roban la prosperidad de los pueblos”.
Las fábulas marxistas cumplen el papel de las religiones, replegadas en las sociedades por la ofensiva progresista. ¿Por qué? ¿Cómo alguien podría demostrar que los trabajadores crean la riqueza si no es mediante un acto de fe, una creencia que ignora la realidad? En el siglo pasado, los ex países de la Unión Soviética, partiendo de la magia acerca de que los trabajadores creaban la riqueza, desarrollaron las mayores expropiaciones de propiedad de la reciente historia y crearon miles de empresas estatales. En ellas los trabajadores comenzaron a producir con frenesí; pero esos países se convirtieron en las mayores fábricas de pobreza de la humanidad, mientras la producción se oxidaba en los almacenes sin venderse. No habían mercados ni precios.
A través de esas experiencias quedó absolutamente demostrado que la única manera de crear riqueza es cuando los innovadores, los empresarios –en vez del Estado planificador y centralista– dirigen la producción y logran vender en los mercados, consiguiendo buenos precios. La ley de esa riqueza es su esencia y naturaleza democrática y distributiva, porque el empresario para seguir enriqueciéndose, necesariamente, tiene que enriquecer a la sociedad. De lo contrario, ¿a quién le vendería su producción?
En el Perú seguimos atrapados por las fábulas marxistas, no obstante que durante el velasquismo se expropió la propiedad agraria y se crearon decenas de empresas estatales (cooperativas y SAIS) que solo generaron pobreza y más pobreza. Los últimos decretos laborales del Gobierno de Pedro Castillo, que promueven la sindicalización artificial prohíben la tercerización laboral y liberalizan el derecho a huelga, igualmente, parten de la hechicería marxista sobre el trabajador explotado por el empresario y, por lo tanto, promueven la lucha y guerra de clases para crear riqueza. En Cuba y Venezuela, gigantescas fábricas de pobreza, se organiza la sociedad con esos criterios, y allí están los resultados.
Asimismo, en Puno y el sur del Perú ha surgido la fábula acerca de que los recursos naturales crean la riqueza que se llevan las empresas. Como en el caso del trabajo, el intento de romantizar los recursos naturales puede ser fácilmente rebatible. Venezuela sigue teniendo las mayores reservas de petróleo, el todavía llamado oro negro. Sin embargo, más del 80% de la población padece la desgracia de la pobreza porque el régimen chavista estatizó la industria y convirtió a Petróleos de Venezuela (PDVSA) en fuente de corrupción y pobreza.
A nuestro entender toda la sociedad peruana, los partidos políticos, los empresarios y los líderes sociales deberían desarrollar un debate profundo sobre cómo se crea la riqueza en una sociedad para evitar el desangramiento nacional al que pretenden llevarnos las corrientes comunistas.
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