Darío Enríquez
Puente de la Paz: infraestructura, acceso abierto y tensiones urbanas
Desafíos técnicos, estéticos y sociales de una obra emblemática en Lima
El Puente de la Paz, recientemente inaugurado entre Miraflores y Barranco, constituye un hito en la infraestructura peatonal y ciclista de Lima. Más allá de ser una solución de conectividad, el nuevo puente representa una apuesta por el acceso abierto a la ciudad, integrando movilidad sostenible, turismo y recuperación de espacios costeros. Sin embargo, su puesta en marcha ha suscitado debates que trascienden lo técnico y lo político, revelando tensiones profundas entre el derecho al uso compartido del espacio, la calidad de vida urbana y los criterios de diseño.
Acceso abierto y resistencia al uso extendido
La principal virtud del proyecto radica en su vocación inclusiva y de apertura ciudadana. El área intervenida, antes subutilizada y apropiada de facto por su baja circulación, ha sido reconfigurada como eje de tránsito, encuentro y solaz. Esta transformación ha generado incomodidad en algunos sectores, que cuestionan la presencia de usuarios no residentes en los distritos conectados. Tal postura desconoce el carácter metropolitano del puente, orientado a facilitar desplazamientos laborales, turísticos y recreativos. Pretender restringir su uso equivale a negar la ciudad como bien colectivo.
La infraestructura, que incluye ciclovías, zonas de descanso y esparcimiento, promueve la movilidad activa y refuerza la articulación interdistrital. En este sentido, cumple con solvencia su función social y urbana.
Ejecución, calidad y estética excluyente
Pese a sus aciertos, la obra ha enfrentado críticas legítimas. El proyecto enfrentó retrasos significativos y observaciones técnicas por parte de la Contraloría General de la República, lo que alimentó cuestionamientos sobre la eficiencia en el uso de recursos públicos. La ausencia de concurso público y problemas como el desplazamiento de bloques de vidrio evidencian fallas en la supervisión técnica y la calidad de los materiales, que deben corregirse con celeridad, incluso si no comprometen la estructura.
En cuanto a la estética, algunos sectores han calificado el diseño como “de mal gusto” o “chicha”, asociación inevitable con estilos populares o andinos. En el contexto limeño, este tipo de crítica suele operar como mecanismo de segregación simbólica, cuestionando la legitimidad de ciertas expresiones culturales en espacios considerados “de alto perfil”. El debate revela tensiones sobre qué modelos culturales son aceptables en el paisaje urbano.
También se ha sugerido que el uso de ciertos colores podría tener connotaciones político-partidarias. Aunque estas asociaciones pueden incomodar, no afectan la función urbana del puente ni su vocación de acceso abierto. En el espacio público, los significados simbólicos son inevitables; lo relevante es su impacto en la calidad del entorno y la experiencia ciudadana.
Contaminación lumínica: entre la percepción y la evidencia
La controversia en torno a la iluminación nocturna del puente combina percepciones subjetivas con argumentos técnicos. En ciertos casos, las quejas parecen reflejar más bien la incomodidad por la pérdida de una exclusividad previa, donde la baja circulación era vista como un valor. Sin embargo, en los inmuebles más próximos, la intensidad y el espectro de la luz LED han demostrado interferir con el descanso nocturno, lo que convierte el reclamo en una demanda legítima desde el punto de vista ambiental y de salud pública. La decisión de reducir la potencia lumínica en horas críticas confirma que esta preocupación tenía sustento técnico.
Conclusión
El Puente de la Paz es una intervención acertada en términos de conectividad y acceso ciudadano. Las críticas que buscan restringir su uso o restaurar la exclusividad anterior deben ser desestimadas. En cambio, las observaciones sobre la gestión, los materiales y el impacto ambiental merecen atención.
Construir una ciudad verdaderamente “de todos” implica que además de abrir espacios, también debe lograrse que su diseño respete la diversidad cultural, la salud de sus habitantes y la calidad del entorno urbano.
















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