David Belaunde
PPK, ¿liberado de sus amigos caviares?
Tuvo que elegir entre ser vacado o conservar a esos amigos
¿Qué mejor regalo navideño que ver a la razón triunfar? Hasta la noche del 24 de diciembre, la presidencia de PPK parecía condenada a la mediocridad. Al albor del 2018, y con el indulto a Alberto Fujimori, el presidente ha sacrificado aquello que todo este tiempo lo ha hecho fracasar: sus amigos caviares. Y eso es muy prometedor.
Hay que entender bien el contexto general en el que se sitúa este indulto. A pesar de taras innegables, el gobierno de Fujimori tomó medidas de sentido común que permitieron revivir un país al borde del colapso. Desde el 2000, sin embargo, los sucesivos gobiernos y el Tribunal Constitucional —influenciado por la CIDH y otros organismos internacionales infectados por el caviarismo— se han empeñado en destruir este legado. La legislación laboral es de nuevo un corsé rígido que impide el avance de la formalización. La inseguridad es dueña de las calles, y el ciudadano común siente que la policía no lo protege; o cuando lo hace, el Poder Judicial se encarga de que reine la impunidad. El caos y la ineficacia son la norma en las regiones y municipios, tras una descentralización inepta que frena el desarrollo.
La mayoría de la población esta frustrada de que se haya abandonado el pragmatismo de los años noventa. Sin embargo, tienen miedo de un retorno al fujimorismo. Al elegir a PPK en el 2016, los peruanos esperaron obtener lo mejor de dos mundos: por un lado, un pragmatismo económico saludable; pero por otro lado, un Gobierno sin algunos de los males que se le imputan al fujimorismo: chichería, corrupción, autoritarismo, etc.
Pues vaya decepción: este Gobierno ha sido más de lo mismo. No se ha hecho prácticamente nada para flexibilizar el mercado laboral. Cuando se trató de reconstruir el norte del país, después de la tragedia de El Niño, el presidente rechazó la propuesta de Pablo de la Flor de crear una entidad ejecutora centralizada. En materia de seguridad, a pesar de acciones inteligentes por parte del ex ministro Basombrio, la legislación y los jueces siguen jugando en contra del ciudadano honesto. Y cuando los ministros de educación y del interior trataron de ponerse firmes frente a gremios de maestros controlados por simpatizantes del terrorismo, el presidente los desautorizó.
Y es que para orientar al país de nuevo por la vía del pragmatismo hay que romper con las vacas sagradas del caviarismo, referentes a la descentralización, el interés mal entendido de los trabajadores y una concepción perversa de los derechos humanos, que favorece desproporcionadamente a los criminales. Hasta ahora, el presidente no se había atrevido a enfrentarlos. Y es que una serie de caviares rondan alrededor del mandatario, cual diablito posado sobre su hombro izquierdo.
Bienvenida entonces la reciente crisis, ante la cual el presidente tuvo que elegir entre el deshonor de ser vacado y conservar a sus amiguitos de izquierda. Escogió quedarse, pagó el precio pactado y, como hemos estado viendo, diríase que el diablito rojo empaca y se larga. No me quiero adelantar demasiado a los hechos, pero hay buenos indicios de que así va a ser. Good riddance, como dicen en inglés.
Señor presidente, sus amigos caviares ya lo tacharon. Ahí los vimos, marchando en la plaza San Martin, y en linda compañía: mire ondulantes las decenas de banderolas rojas con el rostro del Che Guevara. De ahí vienen, e in fine a eso van. Desilusiónese. La vida da vueltas, y la gente siempre regresa a casa. Haga el duelo y ahora sí gobierne usando el cerebro y con coraje, sin miedo de ser mal visto.
¿Tanto le va a doler que no lo inviten a los cocteles de los chantres internacionales de la justicia social? ¡Si usted ya la gozó tantos años! ¿Qué tal si se olvida de los honores de ese mundillo hipócrita de caviar, champán e ideas generosas pero abstractas, y piensa un poco en servir a su país siendo eficaz?
Los dogmas de las organizaciones internacionales no se deben oponer a que usted impulse las medidas necesarias para curar al país de los males ya mencionados. De lo contrario, a medida que la situación se siga deteriorando, el hartazgo general de la población hará que en el 2020 uno de los dos extremos tome el poder.
Aquellos hipócritas que se dicen económicamente liberales pero quieren ser culturalmente de izquierda deben dejar de soñar y, de una vez por todas, escoger su campo. La línea ya estaba trazada hace tiempo, pero no la querían ver. Gracias a este último drama se ha hecho más visible. Ya no se puede ignorar. La derecha moderada debe reagruparse alrededor de una agenda de derecha, de lo contrario estará condenada a la irrelevancia.
No habrá consenso en la clase política. Habrá enfrentamiento, y no hay que tenerle miedo. Lo que vemos hoy será la norma. Sin embargo, y no obstante el ruido adverso de la clase política y de los medios, la mayoría de la población nos respalda. Y esa mayoría crecerá a medida que tomemos medidas audaces y que demostremos resultados.
Y, señores de Fuerza Popular, es hora de enfocarse en desarrollar una verdadera agenda legislativa conforme a sus principios. El éxito de un pepekausismo sin caviares es hoy una posibilidad real y no hay que desaprovecharla. A unas cuadras de la Plaza de Armas se agitan las banderolas rojas. El pasado aguarda, ansioso por retornar, listo a aprovecharse de nuestra desunión.
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