David Belaunde

PPK : ¿cayó el último mito elitista?

El gran “no” de 1990 y el “fuera” del 2018

PPK : ¿cayó el último mito elitista?
David Belaunde
23 de marzo del 2018

 

El escándalo de los kenjivideos no solo ha tenido consecuencias a corto plazo, con la renuncia de PPK. A largo plazo, mina aún más la confianza del pueblo en sus representantes. Pero su impacto más profundo debería ser el de acabar con una serie de viejos prejuicios sociales subyacentes en la elección del 2016, y sin los cuales no estaríamos en tan penosa situación.

 

En el año 1990 el pueblo le dio la espalda a la clase alta, al descartar al Fredemo y eligiendo a un desconocido de origen japonés. Muchas cosas han cambiado en el Perú desde entonces. Esta se ha vuelto una sociedad con mayor movilidad social, y también menos prejuicios. ¿O tal vez no? A decir verdad, parece que muchos reflejos mentales anticuados nunca desaparecieron.

 

Como se recuerda, el país llegó a las elecciones del 2016 padeciendo de males infligidos por gobernantes que se dedicaron a desarticular las reformas pro-mercado introducidas por Alberto Fujimori. Parecía entonces que un retorno al pragmatismo fujimorista era lo que se necesitaba. La izquierda, por supuesto, se oponía, pero también lo hizo todo un sector de la clase media pro-mercado que podría haber votado por Keiko pero que en vez de ello se volcó hacia Kuczynski.

 

Rápidamente se caracterizó a la lideresa de Fuerza Popular y a su entorno, como una banda de corruptos y de agentes del narcotráfico. PPK, en cambio, llevaba de entrada la etiqueta de competente y honesto. ¿Y su primer gabinete? Era “de lujo”, se decía. De alguna manera se asociaba a este grupito en el cual estaba sobre-representada la clase alta tradicional con cualidades de competencia, honestidad y seriedad. Todos entendemos cual era el trasfondo clasista (y hasta cierto punto racista) de esa percepción.

 

Pues bien, ya vemos con quién nos despertamos al día siguiente, y nos invade el asco. No eran más competentes, y no eran particularmente honestos tampoco. De este grotesco episodio y de la presidencia PPK en general, podemos sacar algunas valiosas lecciones:

 

En primer lugar, los pitucos y pitucas no son ni más serios, ni más competentes ni menos corruptos que el resto. Hay entre ellos probablemente una proporción de buenas personas y de podridos similar a la de otras clases sociales. ¿Los congresistas de FP le repelen, estimado señor? Figúrese que los pepekausas no son tan distintos. Puede que tengan un estilo diferente, pero tampoco es que ni ellos ni su mismo líder sean tan finos que digamos.

 

En segundo lugar, hay que desconfiar de gente cuya condición social la aísla de las consecuencias de malas políticas – cuyos guardaespaldas los protegen de la delincuencia que sus políticas irresponsables impiden combatir; cuyos negocios no sufrirán si el salario mínimo aumenta sin que la productividad de los empleados mejore, etc. En suma, gente a la que le importa más el qué dirán en círculos políticamente correctos en Londres o Nueva York que el pensar del pueblo peruano.

 

Y finalmente, en tercer lugar, el electorado en su totalidad debe admitir: no sabemos juzgar la calidad moral de los políticos. Estamos atiborrados de prejuicios que nos impiden ver a la gente como es realmente. Cuando hay pruebas de corrupción, obviamente no las ignoremos. Pero no se puede ni tachar ni dar un voto de confianza a alguien sin conocimiento de causa (de Kausa). Es ahí donde se manifiesta el efecto pernicioso de los prejuicios sociales.

 

¿Qué sugerimos entonces? Que nos enfoquemos, la próxima vez, en la coherencia de los planes de gobierno, en el carácter concreto o, por el contrario, sospechosamente vaporoso de las propuestas: las promesas insostenibles no se cumplen. El debate en el Perú debe ser, antes que nada, uno de ideas.

 

Por otro lado: ¿Qué hacer con nuestra clase alta tradicional, que, a pesar de sus grandes ventajas de medios, de oportunidades y de educación, ha parido últimamente una serie de políticos que nos solo son frívolos, ineficaces, paralizados por dogmas importados de corrección política, desconectados de la realidad nacional, sino que encima no tienen nada que envidiarle a nadie en corrupción y chichería? Requiere de una auto-reforma urgente, de la que hablaré en otra ocasión. Entretanto, es mejor que el pueblo siga forjando su propio camino.

 

David Belaunde
23 de marzo del 2018

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