Carlos Rivera
Poesía nuestra de cada día
Un el homenaje a Luzgardo Medina Egoavil
Ante la mañana nublada de hoy jueves 25 de enero elevo mi delicada plegaria ante la cúspide de tu nombre y la voz de trovador eterno que ya no solo le canta a los humanos, a tus compadres, paisanos o amigas sino ahora derramas el santificado elixir de tus versos al compás del tintineo de las estrellas recorriendo con tu alma chola infinitos universos con el tamiz de tu poesía que nos hace chiquitos, hermanitos y divinos.
¿Puede la palabra cortar las penas? ¿Puede la palabra traernos paz? ¿Puede la palabra calmar el hambre? ¿Puede la palabra contener la ira? ¿Puede la poesía volverse magia, fuego, y luz? ¿Puede la poesía revivir a los muertos?
Yo no tengo las respuestas, pero reclamo estos versos que nos dejaste:
Soy hijo de la noche,
el único que lava su sombra en las orillas de todos los atardeceres,
el que jamás bosteza, el que dice adiós por decir.
Amo a los que han fracasado en algo,
al que nunca pudo domesticar con amor a las bestias de su destierro.
Yo no tengo más que caer de rodillas, acurrucadito con mis ojos impávidos ante el dilema de la luz sagrada que humilde recibo desde tu eterno pedestal de poeta sabio y en consumada maroma me cae una lagrima al entrelazar mis dedos y mirar el altar de la poesía representado en tu nombre. Evoco cada paso, un grito tuyo, el tarareo de un yaraví cantado con tu voz plebeya, un valsecito criollo que repites desde los cielos. Traes a mi confundida memoria aquellos seres que amaste con tu alma candorosa, aquellas calles donde caminaste, aquellos días cuando nos entregaste recitales majestuosos. Y extasiado en mi plegaria suplico que se acaben los pálidos poetas de cantina (un tanto llorones y otros aduladores de un surrealismo barato) o aquellos que solo pergeñan malditas crueldades contra el lenguaje, lenguaje al que tú le sacabas sangre, azúcar y miel o podías hacerle el amor mientras las sábanas de colores y serpentinas de grafías revoloteaban de placer mientras tu corazón agitaba todas las tormentas, todos los sentimientos y todas las pasiones. Así eras de inmenso con tu arte que emanaba del pueblo. Ese pueblo al que nunca lo miraste desde la altura o la vanidad sino desde su sencilla sabiduría cotidiana: la sonrisa de los canillitas, el abrazo tibio de las madres o cuando un padre toma un pan y lo reparte ante los suyos en tanto él se guarda estoicamente su hambre. No eras el profeta circunspecto de Dante, el elegido de Whitman ni el súper hombre de Nietzsche, eras como nosotros: nobles pecadores quienes a fuerza de trabajo te leímos y te admiramos más allá de la muerte y de nuestras imperfecciones.
Hemos jurado recordarte hermanito Luzgardo cada año, cada tiempo, cada noche, cada día. Hacer de tu memoria el rumor que dinamice nuestras inspiraciones. Recordarte hasta que nos coman los gusanos y vayamos todos juntos aquel lugar donde ¡por fin! tomaremos chicha blanca al son de un huaynito de Los Errantes de Chuquibamba. Verso y zapateo como deben ser los reencuentros de grandes amigos. Amen.
* Discurso leído en el homenaje a Luzgardo Medina Egoavil “Tu voz persiste”. Museo Histórico Municipal, 25 de enero de 2024.
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