Humberto Abanto
Mené, tekel, parsín
La democracia exige acuerdos, sin sacrificar los principios
I
El presidente del Consejo de Ministros pidió el voto de investidura y el Congreso se lo negó. Es una situación complicada, pero no imprevista, anormal o excepcional. Está dentro de lo que la Constitución acepta que puede ocurrir, o sea, está normada por una regla de crisis total de gabinete, según la cual, el no investido debe dimitir dentro de las setenta y dos horas siguientes y el presidente de la República nombrar un nuevo presidente del Consejo de Ministros que forme con él un nuevo gabinete ministerial, que habrá de buscar la confianza de la Representación Nacional.
Paradójicamente, el presidente de la República, sus cada vez más exiguos partidarios, los amigos del fugaz premier y los medios de prensa oficialistas gritaron anatema y se rasgaron las vestiduras, como si los evangelios hubieran caído al suelo. El fugaz premier denunció haber sido víctima de un chantaje, porque el presidente del Congreso le advirtió que la ratificación del ministro de Educación ponía en peligro su voto de confianza. Él, carente de talante democrático, no vio prudente dar un paso atrás para dar dos adelante. Prefirió su absurdo todo o nada y, claro, perdió. Terquedad y necedad.
Ahora algunos tildan de banda criminal al Congreso, exigen que la Fiscalía de la Nación investigue a los congresistas que negaron la confianza a Cateriano, sentencian una traición a la Patria, mientras lo elevan al nivel de Grau y Bolognesi. Disparate tras disparate. La política es el arte de lo posible. El que busca lo imposible no es un político, es un iluso, aunque sea amado por muchos en los medios. El problema no fue el Congreso -que sin obligación alguna advirtió del obstáculo que el aspirante a la confianza no quiso remover-, sino quien no admite que la democracia exige acuerdos que se logran cediendo unas posiciones para ganar otras, sin sacrificar principios.
II
Hace mucho tiempo que, gracias al imperio de una ignorancia supina e interesada, se ha impuesto en el Perú la absurda tesis de que el Congreso debe ser el furgón de cola del Ejecutivo. Eso será en la China de Xi Jinping, en la Rusia de Vladimir Putin o la Hungría de Víctor Orbán. Igual en la Venezuela de Maduro o la Cuba castrista. No en una democracia. Ella se caracteriza por el disenso, la disidencia, la discrepancia franca y abierta, pero también por la apertura al diálogo, la capacidad de entenderse y la formación de consensos, que no tienen que ser unánimes.
¿Por qué es así? Sencillo. No hay democracia si todos no somos iguales ni se nos reconoce las libertades de pensamiento y opinión. Siendo así, aparece un valor instrumental denominado pluralismo político que se despliega en el libre mercado de las ideas. Dentro de él debe formarse la opinión pública, a partir de cómo cada individuo tome posición de las corrientes políticas que, finalmente, competirán en el proceso electoral en que se expresará la voluntad popular.
Fue el detentador del poder quien disolvió el Congreso -prescindamos de juicios de valor y analicemos hechos- y recurrió a la fuente originaria del poder para elegir uno nuevo. Sin partido político propio, aupado solamente en su maquinaria mediática, asumió el riesgo de que se eligiera una Representación Nacional en la que no tendría un solo voto propio. Eso decidió. Así, pasada la hora del pasajero poder absoluto que le dio el interregno parlamentario, venía la hora del diálogo y la negociación. No lo entendió. Atrapado por su adicción a las encuestas, alucinó que podría imponerse sin concesiones al nuevo Parlamento. Craso error.
III
Otro absurdo que galopa en la polarización política es la condena a los acuerdos políticos. Por una parte, manipulan el lenguaje para crear una inexistente sinonimia entre negociación y negociado; y, por la otra, desde esa adulteración del lenguaje postulan que quien le exija negociar al Gobierno defiende intereses subalternos y no a programas políticos. Eso no es más que propaganda negra.
La política exige, en ocasiones, hacer posible lo imposible. Para ello se debe saber escuchar al otro, abrir la mente e identificar los puntos de encuentro. A partir de ellos se trazan los acuerdos. Hace falta el valor de cotejar posiciones y admitir que el crítico puede tener algo de razón. Especialmente si se busca que el Parlamento y el Consejo de Ministros se vinculen por medio de una relación de confianza que permita dotar del apoyo suficiente para la ejecución de un programa de gobierno.
¿Tenía el fugaz premier una opción distinta que pararse ante el Pleno del Congreso a acusar de chantaje justamente a quienes les pedía la confianza? Sí. Las reformas son políticas públicas y, como tales, actos institucionales cuya suerte no depende de una sola persona. Peor si esa persona demostró incapacidad para, en más de 130 días, hacerle llegar nuestros niños las tablets que necesitan para seguir las clases a distancia que la pandemia ha impuesto. ¿Podía el Parlamento darle la confianza con semejante afrenta? No. A menos que sus miembros quisieran verse convertidos por arte de magia en mayordomos con librea y mucamas con cofia y mandil en Palacio de Gobierno.
IV
La respuesta del presidente del Congreso ha sido monográfica. Ha ido al punto y sobre el punto: «La crisis del gabinete es responsabilidad exclusiva del presidente de la República», dijo sin ambages. «Él ha sabido del fracaso que ha venido teniendo en el tema de salud y en el económico, sin embargo, en lugar de buscar enmendar, lo ha expuesto al señor Cateriano para que hoy con todos sus allegados estén pretendiendo defender situaciones», precisó. «De su discurso, solo habló dos páginas del sector salud y no resolvió el problema que le preocupa a los peruanos y es sobre los cerca de los 50,000 muertos a causa del nuevo coronavirus», apuntó. «Rechazo enfáticamente cualquier insinuación de chantaje o negociación sobre el voto de confianza», replicó al detentador del poder y a su fugaz premier.
Muy pronto las cartas estarán sobre la mesa y, con gran rapidez, nos aproximaremos al desenlace. Palacio de Gobierno presentará a su nuevo presidente del Consejo de Ministros y revelará su gabinete ministerial. Martín Alberto Vizcarra Cornejo está atrapado entre Escila y Caribdis. Mantenerse en el poder mientras la crisis desata todo su poder destructor sobre la economía y el pueblo peruano -licuando a la clase media y volviendo más pobres a los pobres-, en medio de una pandemia que alcanzará los 100,000 muertos y millones de contagiados, con el sistema de salud colapsado, lo expone a un resultado terriblemente adverso.
A menos que entienda que va camino a su perdición, lo cual es muy remoto porque, como advertía Lucrecio, «Zeus ciega a los que quiere perder». Al igual que en el sueño de Nabucodonosor II, una mano ya pintó en las paredes de Palacio de Gobierno las fatídicas palabras “MENÉ” (Dios ha contado los días de tu reino y le ha puesto fin), TEKEL (has sido pesado en las balanzas y se ha hallado que no eres bueno) y PARSÍN (tu reino será dividido). Todo lo demás no es más que cuestión de tiempo.
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