Carlos Rivera

Los piratas

Sobre un concierto del grupo X Dinero

Los piratas
Carlos Rivera
26 de enero del 2024


Era un verano de finales de los noventa. Yo andaba enamorado de una chiquilla de mi barrio llamada Sonia. Hermosa, cachetes rosaditos y siempre caminaba con los brazos cruzados. Todo el mundo hablaba de X Dinero y sus canciones acaparaban las emisoras de la época. En los diarios salían algunas notas sobre su reciente y arrolladora fama contra las estrellitas capitalinas de poco repertorio. Uno de los cantantes, Héctor Vera era del barrio y su mamá era amiga de mi familia, pero nada más. ¿Quién era Rony Carbajal? ¿Quiénes eran los otros “bandidos” que integraban el grupo? Quería conocerlos en vivo. Llegaron a mi distrito luego de una gira triunfal interdistrital. No había
YouTube y la música se gozaba con suerte, buen oído y algún noble –o costoso– equipo musical con CD. 

Sonia me prometió que iría con su hermana al concierto en la Cooperativa Nuestra Señora de los Dolores de la Libertad. (¿quién no estaría en ese recinto?) Alrededor del local la gente esperaba la llegada de los cantantes. Era un carnaval de expectativa como si jugara la selección de fútbol. Yo daba vueltas por la Plaza Las Américas esperando a la chica que alucinaba como el amor de mi vida y la futura madre de mis hijos. La música volaba en el lugar y muchos salían a comprar cigarrillos o chicles para el aliento y compartir con la mancha.

Tenía mi entrada a la mano listo para oírlos por primera vez y hacer realidad mi historia de amor al ritmo de las canciones de las locas de X Dinero. Sonia apareció con su hermana y un acompañante desde luego simpático y seguro de sí mismo. Me sonrió coquetamente con un hola dibujado en su grácil rostro. Me quedé estupefacto, desconsolado con mi ilusión hecha mierda. Alrededor, la gente porfiaba por ingresar. Algunas voces anunciaban la pronta llegada de la banda y yo en una esquina, melancólico sin poder olvidarme de ella. De pronto se detiene una furgoneta blanca. Bajan unos tipos con sus atuendos y guitarras de roqueros incomprendidos pero chacoteros. Me acerqué para conocerlos a pesar de mi pena, pero en la puerta dos filas de gente ansiaban tocarlos. Ellos estaban protegidos por policías. Eran como en esos documentales de Los Beatles y su fanaticada persiguiéndolos como mosquitas. Ingresaron y el alboroto era total. A empujones me metí con todo.

Empezó el concierto. Yo fumando cigarrillo tras cigarrillo queriéndome como, en cuento de Borges, escaparme de esa noche y para ese propósito la música era un gran auxilio. Ellos cantaban su mejor repertorio y la muchachada bailaba arrebatadamente. Algunas chicas eran cargadas en los hombros de sus parejas y las casacas volaban. Un desenfreno salvaje de puro ska. En unas gradas mi chica coqueteaba solita con ese sujeto y pude ver el preciso momento cuando se devoró sus labios. Fue como una cuchillada. Ya habían cantado “Pérez” y “Maneras” la gente tenía aún fuerzas. Yo quería sacudirme de puro dolor, sacarme el polo y romperme el cuerpo gritando sus canciones. Un suave piano, el rasgueo lento de una guitarra anunciando la canción que todos intuimos. El ritmo se acelera y se entremezclan los instrumentos brutalmente. Los parlantes retumban. Y suena “Ella besa así”: 

 

“Soy un borracho
Y me duele ser así
Soy un adicto
Y me apena ser así
Esta vida me ha tratado con dureza, porque nunca me ensañaron a mentir
Han pasado mil mujeres por mi vida, pero nunca, nunca me olvidé de ti
¡Wo-oh!”

 

¡Al carajo el amor! Saltaba con la gente. Sudando y viendo las alegrías y varias espaldas descubiertas atentando contra las buenas costumbres de mi distrito, pero con la atrevida satisfacción de la inmortalidad en unos minutos y un mar de gente gritando “¡porque ella besa así, soy un borracho…”.

Carlos Rivera
26 de enero del 2024

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