Cecilia Bákula
Junín: el bicentenario de una hazaña
La última gran batalla en la que Simón Bolívar participó
Este 6 de agosto recordamos y celebramos con alegría, emoción y patriotismo la victoria que hace 200 años obtuvo el Ejército Unido, en la Pampa de Junín conocida también como la Meseta de Bombón, a unos 4,000 metros sobre el nivel del mar. Allí, ambos ejércitos se enfrentaron en una lucha sin cuartel, pero los nuestros combatieron con pundonor y heroísmo, ya que las fuerzas patriotas eran superadas en número por las realistas. Recordar con fervor patrio esta fecha y lo que significó es importante, porque ese hecho glorioso es el antecedente militar de mayor importancia para entender el triunfo que se obtuvo meses después de la Pampa de la Quinua.
El ejército del virrey, al mando de José de Canterac, un militar experimentado y curtido en las guerras libradas en América, estaba formado por 1,300 jinetes y no menos de 6,000 infantes y contaba también como una importante capacidad de piezas de artillería e iban avanzando desde el norte hacia la zona de la laguna de Junín.
El ejército patriota, al mando del Libertador Simón Bolívar, cuya experiencia, a mi criterio, excedía, sin duda alguna, a la que podía ostentar el propio Canterac en el conocimiento de la geografía de nuestro continente y en la estrategia militar, organizó a su menor hueste, haciendo del ingenio y del conocimiento del territorio y del espíritu de su gente sus más importantes herramientas. Vale recordar que se ha establecido que el Libertador, tal como lo ha señalado la BBC, había peleado en 447 batallas y había cabalgado en nuestro continente algo más de 123,000 km, lo que le permitió conocer la geografía y la topografía del territorio y lograr una resistencia especial a la altura, el frío y el calor y esa resistencia él se la hacía extensiva moralmente a su tropa.
Es importante recordar que más allá de ser un estratega militar, Bolívar tenía la capacidad de comunicarse profundamente con su gente. Es por ello que el día 2 de agosto de 1824 reunió a su ejército, sin imaginar que la de Junín sería la última gran batalla en la que Simón Bolívar participaría a lo largo de toda su vida, y quizá nunca pudo aceptar que la gloria de Ayacucho no estaría contada entre sus hazañas. Por eso hasta el día de hoy resuenan con mayor brillo las palabras con que arengó a su ejército con la siguiente proclama: “¡Soldados! Vais a completar la obra más grande que el cielo ha encomendado a los hombres: la de salvar un mundo entero de la esclavitud. ¡Soldados! Los enemigos que van a destruir se jactan de catorce años de triunfos. Ellos, pues serán dignos de medir sus armas con las de ustedes que han brillado en mil combates. ¡Soldados! El Perú y la América toda aguardan de ustedes la paz, hija de la victoria, y aún la Europa liberal les contempla con encanto porque la libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del Universo. ¿la burlarán? No. No. ustedes son invencibles!”.
Las fuerzas patriotas la integraban no solo soldados; también muchos montoneros que, a manera de milicias locales se iban desplazando por diversos lugares y de alguna manera, causaban desconcierto en las huestes realistas. Bolívar supo aprovechar esa situación ya que el enfrentamiento fue muy breve, de unos intensos 45 minutos, principalmente de caballería y causó gravísimas bajas al grupo realista, tanto en vidas humanas como en pérdida de material de guerra. La victoria de los patriotas generó en las huestes vencidas un tremendo desconcierto y desazón y el ejército realista emprendió una desordenada retirada y la confusión se instaló en sus filas.
Es así como desde los primeros momentos de concluido el combate, era evidente que éste había significado un golpe mortal para las fuerzas de Canterac y consta en el parte de guerra y en las palabras que pronunció Bolívar al concluir el combate, señalando que “El ejército de Canterac ha recibido en Junín un golpe mortal, habiendo perdido, por consecuencia de este suceso, un tercio de sus fuerzas y toda su moral.” Y este asunto de mantener el espíritu en alto, resultaba fundamental porque, de alguna manera, las fuerzas patriotas, habían ido teniendo derrotas en enfrentamientos menores como había sido el caso de Torata y Zepita y es por ello que la contundencia de la victoria en Junín, elevó los ánimos y, de alguna manera, puso una garantía en el espíritu del ejército de la libertad para el futuro y el casi inmediato enfrentamiento que se tendría en Ayacucho.
A la gloria y habilidad de Bolívar se unió la genialidad militar de Antonio José de Sucre, heredero nato y discípulo aventajado del Libertador, cuya presencia en este enfrentamiento, como lo sería fundamental en Ayacucho, nos obliga a manifestar gratitud y reconocimiento para quienes hicieron de la independencia del Perú, una causa propia y lucharon por ella.
Es por lo tanto indispensable recordar y reflexionar sobre el sentido de este bicentenario de las gestas de Junín y Ayacucho pues la independencia proclamada en Lima en julio de 1821 no significaba tan solo el acto político de la proclamación, sino la convicción que que se necesitaba la fuerza y presencia continental para mantenerla y por ello, en estos tiempos en donde parece a veces que es muy difícil entendernos como parte de un todo en América, es necesario saber y recalcar que nuestra existencia como país soberano, como lo es también en el caso de los países hermanos de América, la existencia libre, soberana e independiente y saber que ello depende y dependerá siempre de tener conciencia que libertad fue un logro americano que nos obliga al apoyo y el respeto mutuos.
Hoy más que nunca debemos ser solidarios y opositores a los gobiernos que no entienden ni han encarnado la esencia de la libertad; por ello, hoy debemos ser como hace 200 años, un pueblo que busca, en el respeto soberano, la razón de su existencia en libertad pues nacimos gracias a las victorias logradas por el Ejército Unido Libertador integrado por quienes ahora somos sus herederos: peruanos, venezolanos, colombianos, ecuatorianos, argentinos y chilenos y, en conjunto, mirábamos entonces hacia un mismo horizonte y esa unidad de objetivo permitió firmar con la sangre de todas nuestras naciones, el derecho a vivir en libertad ayer, hoy y siempre.
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