Carlos Rivera

Juan Carlos Valdivia: la pasión del pensamiento

Perfil de un intelectual abierto a la cotidianeidad

Juan Carlos Valdivia: la pasión del pensamiento
Carlos Rivera
04 de octubre del 2024


Juan Carlos Valdivia Cano es un filósofo en la más auténtica tradición de aquellos hombres de la Grecia antigua que se rebelaron contra la incertidumbre y los dogmas de su tiempo. Aquellos que desafiaron las creencias populares y las vulgatas que, ya entonces, se ofrecían para apaciguar a la multitud y sus delirantes vicios, los mismos que siglos después José Ortega y Gasset denunciaría en ensayos brillantes. Contra la ignorancia que todo lo acepta sin cuestionar, Valdivia se erige con el poder liberador del conocimiento.

Juan Carlos no es un sabio, ni pretende serlo. Nunca se ha visto a sí mismo como un Mesías. Le son indiferentes los placeres del poder y sus extravagantes fetiches. Su rechazo a la burocracia lo acerca más a Diógenes, con su estilo mordaz y reflexivo, que a un académico de cátedra con credenciales institucionales. Su talento filosófico es comparable al virtuosismo de Michel Camilo al piano en su actuación en Calle 54: un artesano de las ideas que ofrece su legado a través del aprendizaje de sus lecturas y las lecciones que la vida le ha dado. Su dolor, su miseria, su felicidad y melancolías forman parte de ese viaje. Enfrentó la vida con estoicismo, desafiando sus propias limitaciones, como un soldado de la virtud.

Savater decía que un héroe es "quien logra ejemplificar con su acción la virtud como fuerza y excelencia". En ese sentido, Juan Carlos es como Tito Puente desatando su instinto en los timbales, o "Manzanita" Ortega arrancando lágrimas de su guitarra. Escribe con la misma intensidad, llevándonos a un torbellino de ideas con su prosa didáctica y su ritmo implacable, como los tambores de una marcha hacia la verdad. Sus argumentos brotan con la misma fuerza y claridad que los versos de Antonio Machado, de potencia reflexiva infinita, provinciana y cosmopolita a la vez. Es como cuando Michael Jordan se eleva para hacer una canasta icónica, en la que los músculos parecen resortes listos para la gloria. Juan Carlos es un virtuoso de las palabras, y encuentra en el básquet, "ese deporte rizomático", una clave para interpretar la vida, la literatura y la filosofía que lo desafían.

Si alguna vez fue marxista, nunca lo fue dogmáticamente. No abrazó la dialéctica como justificación para la violencia revolucionaria. Para él, el marxismo fue una herramienta crítica, al igual que para Walter Benjamin, Gramsci, Steiner o José Carlos Mariátegui. De su entorno familiar cristiano absorbió una moral auténtica, encarnada en la figura de su madre, Margarita, quien fue su primera maestra y templó su disciplina. Como bien dice Juan Carlos: "La religión no mata, lo que mata es el fanatismo, la moral como autoridad absoluta". Esos caminos lo llevaron al liberalismo, no como una fe implacable, sino como una manera de comprender la libertad individual, en línea con el pensamiento de John Stuart Mill: "La libertad humana comprende, primero, el dominio interno de la conciencia; exige la libertad de conciencia en el sentido más amplio; la libertad de pensar y sentir; la más absoluta libertad de pensamiento y sentimiento en todas las materias, prácticas o especulativas, científicas, morales o teológicas".

Entre sus lecturas también se encuentra Mario Vargas Llosa, a quien Juan Carlos considera un "héroe discreto de la libertad", valorando no solo su obra literaria, sino también su ética y coherencia política. Sobre el Nobel peruano, Juan Carlos ha dicho: "Es sorprendente cómo algunos prefieren no ver las cualidades que explican su sólida consistencia y su espléndida unidad de estilo: pensamiento, creación literaria, preocupación política apasionada y coherencia ética, contra viento y marea". No lo juzga desde prejuicios moralistas ni resentimientos, sino desde la solidez intelectual de su obra.

En términos estéticos, sigue los principios de Isaiah Berlin: “Toda defensa de las libertades civiles y de los derechos individuales, y toda protesta contra la explotación y la humillación, contra los abusos de la autoridad pública o la propaganda organizada, tiene su origen en esta concepción individualista del hombre”. Valdivia evita caer en la mediocridad de esperar que otros piensen por uno. Se corrige y desafía constantemente, nunca atrapado en la comodidad del pensamiento estático.

Ralph Waldo Emerson afirmó: "Todo hombre tiene acceso a la razón universal. Quien ha sido admitido una vez al derecho de la razón, puede pensar lo que Platón pensó, sentir lo que un santo sintió, y comprender lo que ha ocurrido a cualquier hombre". Juan Carlos encarna esta pluralidad de aprendizajes. Como profesor de derecho, no es un repetidor de fórmulas ni de códigos vacíos, sino un investigador crítico que aporta al debate jurídico con rigor epistemológico.

Su personalidad multifacética, esa pose de periodista, literato y lector incansable que se mueve en combi, lo hacen parecer un individuo extraviado en los laberintos de su mente. Pero, como decía Nietzsche, “en la locura siempre hay algo de razón”, y en Juan Carlos hay una pasión inagotable por la razón que se aparta de los catecismos y lecturas repetitivas, como bien señaló Hugo Neira al comentar uno de sus ensayos sobre Mariátegui. Juan Carlos es un filósofo contracorriente, asistemático y, sobre todo, virtuoso.

Carlos Rivera
04 de octubre del 2024

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