Raúl Mendoza Cánepa
Éticos, pero inhabilitados
Rafael Belaunde y el partido Adelante

Algunos políticos se llevaron las elecciones de las últimas décadas por los aportes millonarios de grandes empresas y gobiernos. De allí que las últimas elecciones en el Perú hayan sido desiguales y tramposas. Si existiera un Indecopi electoral que compensara la clandestina inequidad, algunos partidos que ganaron con la trampa del dinero “prestado” o “donado” perderían su inscripción ante el JNE, mientras otros la recuperarían.
En 2011 me tocó participar en una elección como candidato al Congreso por un partido que aunque llamen “pequeño”, no lo era en el significado ético de partido. Se trataba de Adelante, liderado por Rafael Belaunde, hijo de Don Fernando; pero más que eso, un peso propio y específico con las virtudes morales e intelectuales que le hubieran dado por mérito un lugar expectante aún desde varios años atrás. En su línea, Rafael Belaunde no quiso aprovechar de la ventaja de ser hijo del líder de AP (dos veces presidente) y aguardó el tiempo para crear con tesón un partido destinado a crear liderazgos jóvenes. No era, él, proclive al poder, pero sí a promover una nueva generación de políticos formados para la libertad y sin los vicios de la política criolla.
Si se confirmara que Ollanta Humala ganó con ayuda de Odebrecht y del chavismo cuando compitió contra Adelante, o si otros privilegiados recibieron una ayuda ilegal que les permitía dar a conocer sus clichés y símbolos en todo el Perú, la carrera electoral sería falaz. La mayoría de organizaciones se las vieron sin recursos, y sin estos es difícil dar a conocer un líder, una idea o una organización. Adelante y otros carecían de dinero, mientras algunos perfilaban su cercanía a fondos millonarios que hacían de la carrera una lid sin equidad. El costo de perder era la inhabilitación.
Decía que Adelante era un “partido chico”; pero no lo era, tenía ideas, equipo, comités, ideales y, fundamentalmente, una línea liberal que llamaba a una república de ciudadanos reales. Rafael Belaunde, fiel en su afecto al Perú, lo había recorrido en sus extremos, a mula, a pie, entre desfiladeros y montañas. Tenía como gen la inspiración de lo que su padre llamaba: “la conquista del Perú por los peruanos” o el reto geográfico. En sus charlas nos sorprendía con su conocimiento de la geografía del Perú, con su visión estratégica de la infraestructura faltante y con la profundidad de un liberalismo que acentuaba la prevalencia del ciudadano o del individuo sobre el funcionario. En la “republiqueta”, decía, el pobre, el pequeño emprendedor o el “no ciudadano” es solo un “administrado”, un servidor del séquito virreinal.
Lograr “dádivas” de grandes empresas o de regímenes “amigos”, quizás sirvió muy bien a otros para posicionar candidatos de papel, para erigir nombres o entintar muros con eslóganes vacíos y engañosos; sirvió tal vez también para practicar el clientelismo (una versión moderna y plástica del pisco y la butifarra de los primeros años del siglo XX). Rafael Belaunde (y el equipo que se plegó a su proyecto con profesión de fe política) sabía que tenía lo esencial, menos el dinero. Y tener lo esencial es consolidar la autenticidad de un pensamiento. Si bien Adelante no logró su propósito práctico porque le faltaron recursos, hizo verdadera política, la del ideario de honestidad intelectual: la de decir las cosas, la de seguir una línea, la de formar un partido para el futuro… para ese futuro que el privilegio ajeno le robó.
Rescato una frase reciente del líder de Adelante: “El vaivén entre la corrupción y la honestidad, y su correlato, entre la interdicción y la ciudadanía, no dejó nunca de estar presente. Y aún hoy el Perú parece debatirse en la incertidumbre: reincidir en las taras del tutelaje o abrazar las oportunidades libertarias. Allí se esconden las dos alternativas: la fosilización o el progreso”. Eso nos perdimos.
Quizás Adelante no sea el único partido con mención en aquel juego injusto de las inhabilitaciones partidarias. Sin embargo, aunque la devolución de la inscripción sería lo ético, no pasa de ser una utopía: volver las manecillas del reloj. Lo cierto es que el derecho de participación política fue vulnerado por una desventaja, mientras el Perú desperdiciaba la opción de un gobierno mejor.
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