Berit Knudsen
Bolivia rompe la hegemonía autoritaria y clientelista
Castigando a quienes abusaron del poder y dejaron la economía en ruinas

El panorama en Bolivia dio un vuelco inesperado. La derrota electoral del Movimiento al Socialismo (MAS), con 3,2% de los votos, marca el fin de dos décadas de dominio y la pérdida de legitimidad de un proyecto sostenido con un asistencialismo que arruinó al país. Rodrigo Paz Pereira, hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, se impuso en la primera vuelta con 31,6%, relegando a Jorge “Tuto” Quiroga con 27,1% y Samuel Doria Medina con 19,5%. Aunque en octubre enfrentarán una segunda vuelta, los resultados confirman que la democracia boliviana optó por la alternancia, castigando a quienes abusaron del poder y dejaron la economía en ruinas.
El MAS vivió una primera etapa de bonanza gracias al gas natural, con un crecimiento de 4 a 5% anual. Pero la falta de inversión en nuevas exploraciones agotó el recurso con un deterioro progresivo. En 2024 el PIB creció apenas 0,7%, la inflación se disparó a 25%. La escasez de divisas y crisis cambiaria agravaron la economía con el dólar oficial fijo en 6,96 bolivianos y el doble en el mercado paralelo. La producción de gas cayó de 1.600 millones de metros cúbicos a 900. Con reservas agotadas y déficit fiscal creciente, el modelo basado en subsidios y renta gasífera se fue desmoronando.
El MAS fue causa y símbolo del colapso. Evo Morales consolidó un populismo expansivo comprando lealtades con subsidios financiados por los hidrocarburos. La corrupción, vínculos con el narcotráfico y afán de perpetuarse en el poder deterioraron su imagen. Luis Arce, delfín de Evo, prolongó las políticas de gasto sin respaldo, profundizando la crisis. Morales, impedido de participar en la contienda, enfrentó a Arce llamando a votar nulo, logrando19%, pero su tiempo político ha terminado.
El escenario electoral ofreció 7 alianzas políticas, representando la candidatura de 41 partidos políticos y el MAS en solitario. En medio de la dispersión, las fuerzas opositoras supieron articular alianzas. Esa madurez permitió que tres líderes logren concentrar casi el 80 % de la representación legislativa en ambas cámaras. Dos alianzas menores quedaron fuera al no superar la valla del 3%, y el MAS, otrora dominante, sobrevivió por décimas. El mapa político se reconfiguró con coaliciones que entendieron que la unidad es indispensable para enfrentar la crisis.
Los tres líderes que dominarán el Congreso comparten un diagnóstico común: estabilizar la economía, atraer inversión en hidrocarburos y litio, recuperando la confianza en las instituciones. Rodrigo Paz se proyecta como centrista renovador, anticorrupción y pragmático, abierto a acuerdos internacionales. Quiroga defiende un giro liberal clásico: ajuste fiscal, apertura de mercados, alineamiento con Estados Unidos y organismos multilaterales. Doria Medina, empresario de larga trayectoria, propone un camino gradualista: diversificación productiva, apoyo a la industria, renegociación del gas y el litio sin medidas de shock. Estilos distintos, pero el consenso es disciplina y acuerdos amplios para salir de la crisis.
La lección es contundente. Bolivia mostró que la democracia puede renovarse incluso tras dos décadas de hegemonía autoritaria y clientelista. El populismo, sin renta para sostenerse, solo genera corrupción, pobreza y fragmentación. La madurez política se expresó en partidos que dejaron de lado la dispersión para formar alianzas viables y asegurar gobernabilidad. Para Perú, con cuarenta candidaturas atomizando el escenario, el mensaje es claro: la democracia no se sostiene en la dispersión, sino en la capacidad de construir consensos que devuelvan estabilidad y dirección al Estado.
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