Cecilia Bákula
Congreso de la República: ¿en manos de quién estamos?
Parlamentarios que retienen una parte del sueldo de sus trabajadores
No falta la semana, por no decir el día, que no nos sorprenda una noticia que involucra en acciones ilegales o ilícitas a un congresista. Ya hemos visto y dicho hasta la saciedad que este es, en su conjunto, el peor grupo de parlamentarios que ha tenido el Perú. Y pareciera que ese enunciado se hace más y más real día a día.
Lamentablemente se hace realidad el dicho de que justos pagan por pecadores, pues la mala impresión de quienes integran este importante Poder del Estado, arrastra a todo ese conjunto en una valoración muy pobre, tal como es el sentir que tenemos los que fuimos sus electores. Lejos están los tiempos de ciudadanos comprometidos con el bien, oradores de polendas, producción legislativa de real interés, diálogos y confrontaciones con altura en los que las ideas eran la razón de ser y no los insultos bajos y arteros.
Y a esa pobre condición que soportamos quienes con nuestros impuestos mantenemos a los parlamentarios, se agrava también por la indebida ruptura entre los grupos originales que solo produce desconcierto y obliga a alianzas muchas veces incomprensibles que nos hace ver que lo que importa es el voto, el sueldo, el figuretismo, la falta de compromiso y, por supuesto, la ausencia de patriotismo y responsabilidad para con los electores.
Una situación más grave es la que presentan algunos congresistas cuyos actos, cuando menos impropio y desleal se va conociendo como el último caso de quien ha sido confrontada por la incorrecta acción de retener –seguramente a la fuerza y no pidiendo por favor– un porcentaje nada despreciable del haber que reciben los trabajadores asociados a su despacho, sea que lo hacen directamente o a través de una persona de confianza del legislador. Este hecho que en más de un parlamentario se habría convertido en una forma de actuar y de “ganarse alguito”, puede ser visto desde varios ángulos que no son solo los asociados a un posible delito, sino a la agresión desvergonzada para quienes le sirven y una sumisión indigna de quienes aceptan esa situación.
No juzgo estas últimas motivaciones; ellas incrementan el dolo en la acción de una autoridad o un superior porque implican, necesariamente, el obligar al afectado a ser silencioso cómplice, haciendo abuso de poder. Todo ello lleva a pensar en la labor servil de algunos integrantes de los equipos de ciertos congresistas y, por lo tanto, su inexistente imparcialidad y libertad para el trabajo que realizan, por importante o pequeño que sea.
Otra forma de actuar que se aleja de la transparencia es el de ser o aparecer como cómplices de quienes están procesados. Resulta incomprensible que un legislador, llamado a dar y promover leyes que garanticen la justicia y el exigente cumplimiento de las normas vigentes, sean –desde la protección de una curul– agentes de todo lo contrario. Es cierto que todo es materia de investigación y esclarecimiento y no es menos cierto que mientras algunos infractores sean juez y parte, conductas poco adecuadas, podrían mantenerse con impunidad.
Esto nos lleva a pensar en la obligación que tenemos los electores de saber a quién y por qué daremos nuestro voto, pues si bien tenemos en la mano el poder de elegir, ese es un poder bastante efímero, pues una vez introducida la cédula de sufragio en el ánfora, nuestra posibilidad de cuestionar y rechazar las conductas que no son ni éticas ni probas se hacen más débiles. Quizá en este campo es fundamental el papel de la buena prensa, de aquella que quiere ser no solo un medio de trasmisión de noticias, sino de escuchar e interpretar la voz de la población. También es cierto que hoy el ciudadano puede en algo hacerse oír a través de medios digitales pero esa posibilidad está en manos de un grupo reducido de personas y sus voces no alcanzan los diapasones necesarios.
Los electores no debemos emitir un voto por capricho, ni por odios, ni por viles razones personalistas. Cada uno tiene en su mano un poder valioso que debe saber usar. Los lamentos tardíos no solo no surten efecto, sino que son como lágrimas de cocodrilo de quienes votaron sin pensar en el país y en la responsabilidad que tenemos cada uno de votar y elegir bien y no dar herramientas de poder a quienes van a responder en contra de nosotros mismos.
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