Martin Santivañez

Autocracia o República

La disyuntiva del Bicentenario

Autocracia o República
Martin Santivañez
04 de septiembre del 2019

 

El imperio de la ley es la característica fundamental de toda República. Si queremos instituciones tenemos que respetar el orden constitucional. No hay República sin Constitución. Ante cualquier pulsión populista, los republicanos hemos de recordarle al pueblo soliviantado por los revolucionarios que el cesarismo no soluciona ningún problema de la nación. El populismo no es el remedio, muy por el contrario, es el síntoma de la metástasis revolucionaria.

El viejo cesarismo populista es un mal endémico latinoamericano y el Perú no ha estado exento a su veneno fatal. Si queremos un Bicentenario de unidad y reconciliación, tenemos que aislar el cáncer populista y extirparlo sin contemplaciones. El populismo ha destrozado al país numerosas veces y el cesarismo es una de las taras de nuestra clase política. Ahora bien, como este es el país de los espejismos, los césares criollos no alcanzan el nivel de los clásicos e imitan en vez de forjar creaciones heroicas. Peligrosa combinación, anfo para las instituciones: mediocridad y cesarismo.

Si el Perú sucumbe a la pulsión populista, se impondrá una autocracia de pensamiento único. Esta tiranía de lo políticamente correcto perseguirá a la oposición bastardeando al derecho, instrumentalizándolo hasta convertirlo en un arma arrojadiza y sesgada que entierra selectivamente. Esta ha sido siempre la estrategia jacobina: guillotina para los enemigos de la revolución. Con todo, tarde o temprano el Saturno revolucionario termina devorando a sus propios hijos, hoy sedientos de sangre ajena. El que desata la violencia, a hierro muere.

No permitamos que la democracia sea destruida por el cesarismo populista. La República es sinónimo de equilibrio y gobierno mixto. El diálogo es civilización. La defensa de la Constitución equivale a la derrota de la guillotina revolucionaria. La defensa de la Constitución es la carta de madurez de una república. Tenemos que hacer pedagogía institucional y explicarle al pueblo peruano que su voto genera unas consecuencias concretas.

Los plazos deben respetarse y la autoridad se gana mediante el ejercicio virtuoso y continuo de los procedimientos legales. El mundo político se salva por las formas jurídicas. Sin forma republicana, el fondo es dictatorial. Un país débil, que muchas veces ha sucumbido al cesarismo, debe luchar para fortalecer las instituciones en el marco de la Constitución. Para eso es fundamental que los demócratas comprendan que el cesarismo apelará a las masas para cualquier proyecto golpista. Urge que la clase dirigente reaccione y cierre filas en torno a la continuidad institucional. Si algo nos ha enseñado la historia del Perú es cómo terminan todas las aventuras cesaristas.

Pero el voluntarismo cesarista unido a la ideología más que lesivo es letal. El recurso a la movilización es el as bajo la manga del radicalismo. La solución es evidente, la calle solo entiende el lenguaje de la calle. Solo una movilización mayor puede detener a la turba enfurecida. Y cada día que pasa en un escenario de caos confirma la verdad de todo realismo político: la calle es del sentido común. El Perú del Bicentenario tiene que apelar al sentido común. Cesarismo o democracia. Autoritarismo o República. Esa es la disyuntiva de los doscientos años.

 

Martin Santivañez
04 de septiembre del 2019

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