La comisión de Constitución del Congreso de la R...
La muerte del sacerdote Gustavo Gutiérrez ha desatado un interesante debate sobre si sus aportes tienen que ver con la teología cristiana o con el marxismo y la teoría de la lucha entre las clases. Un debate que, a nuestro entender, se reactualiza como parte de la feroz guerra cultural que se padece en Hispanoamérica, una de las regiones con sociedades con abrumadoras mayorías católicas.
Los creyentes cristianos católicos, los seguidores de la Iglesia Católica Romana, suelen entender la Revelación como la comunicación de Dios a los hombres a través de los evangelios del Antiguo y el Nuevo Testamento. La Revelación es tan decisiva que la escolástica, a través de la Summa contra gentiles de Santo Tomás de Aquino, estableció una de las claves de la tolerancia en las sociedades occidentales: los creyentes en la Divinidad se comunican a través de la Revelación, pero la comunicación entre creyentes y no creyentes se desarrolla a través de la razón. Allí reside una de las explicaciones de que en Occidente, finalmente, se hayan construido los mayores espacios de la libertad en la humanidad.
Planteadas las cosas así, es evidente que la Revelación cristiana debe entenderse como el mensaje divino para salvar al hombre, para salvar al género humano como tal. Es decir, al hombre sin distinciones de ningún tipo, de culturas, de naciones, de riquezas, de pobrezas o cualquier hecho histórico social que establezca diferencias humanas. Entonces, ¿cómo es posible que la llamada Teología de la Liberación proponga “una opción preferencial por los pobres” que, en América Latina, ha servido para alimentar todos los proyectos marxistas, colectivistas y progresistas del siglo XX y el XXI y se reclame heredera de la Revelación? Desde el sacerdote Ernesto Cardenal en Nicaragua hasta Hugo Chávez en Venezuela se ha reclamado el respaldo del Jesucristo de los pobres para los proyectos autoritarios.
A estas alturas es incuestionable que la llamada Teología de la Liberación es un producto del marxismo cultural que desarrolló la Escuela de Frankfurt, el neomarxismo francés (Sartre, Foucault, Derrida) y de José Antonio Gramsci, quienes plantearon que la construcción de la hegemonía ideológica y cultural en la sociedad era un paso previo para la instalación de una sociedad comunista. El propio Gramsci, en “La formación de los intelectuales", analiza la abrumadora influencia de la Iglesia Católica en la construcción de Occidente y llega a sostener que el poder del cristianismo se explica porque tiene doctores y filósofos del más alto nivel que “construyen la ideología”, pero también tiene al sacerdote del púlpito que convierte en sentido común popular la ideología de los intelectuales. Gramsci proféticamente sostuvo que cuando los comunistas lleguen a esa sofisticación organizativa e intelectual estarán en condiciones de tomar el poder.
Hoy cuando observamos que el Papa Francisco, el nuevo Cardenal y Obispo de Lima, Carlos Castillo, y los progresistas del planeta elogian a la Teología de la Liberación es fácil colegir que las predicciones de Gramsci se han cumplido. Los neomarxistas, los progresistas, han tomado el control burocrático de la Iglesia Católica y pretenden inflamar los púlpitos con la tesis marxista de la opción preferencial por los pobres.
Sin embargo, los seguidores de la Revelación del catolicismo sostienen que la Divinidad preservará a la Iglesia del asalto marxista que hoy hace languidecer a los seminarios de futuros sacerdotes. Según ellos la Iglesia ha soportado peores embates que el actual y ha sobrevivido (allí está la reforma protestante)
Al respecto vale recordar que la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano, en la instrucción “Libertatis Nuntius”, sostiene que la Teología de la Liberación, antes que una propuesta teológica, es una propuesta sociológica porque pretende reflexionar sobre la praxis histórica (materialismo histórico marxista) a la luz de la palabra o Revelación. Asimismo, critica con dureza la tesis de “la opción preferencial de los pobres” porque el concepto “pobre” de la Teología de la Liberación tiene que ver más con las estructuras económicas y sociales del marxismo que con la pobreza de espíritu del género humano que Jesucristo predicó.
Es incuestionable que es hora de resucitar un debate que parecía enterrado por la caída del Muro de Berlín a fines de los ochenta y el repliegue del marxismo a nivel planetario. En América Latina, el mayor continente de católicos, existe la obligación de procesar con urgencia el debate con la llamada Teología de la Liberación.
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