La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Economía de mercado, motor de descentralización.
Las investigaciones y procesos judiciales en contra de los presidentes regionales de Ancash, Cajamarca y Tumbes y decenas de funcionarios y colaboradores generan un balance negativo del proceso descentralizador. La relación entre sicarios, asesinatos, contratos y licitaciones con el gobierno regional de Ancash estremece y nos recuerda los peores ejemplos latinoamericanos del crimen organizado. Y si a esto le sumamos otras denuncias contra titulares regionales, el asunto se pone color de hormiga. Es hora, pues, de hacer algunas anotaciones sobre qué cosas han fallado y qué cosas han funcionado en la descentralización.
En este contexto, una primera pregunta que surge es: ¿Por qué el Perú de hoy goza de una descentralización económica y social sin precedentes? Desde el 2004 los ingresos de las regiones por concepto de canon se han incrementado de 3,000 a 30,000 millones de soles. Las cifras y las estadísticas en general nos indican que las provincias y los departamentos crecen más que la capital y, de pronto, la energía y el combustible parecen haberse trasladado al interior.
La respuesta es simple: la economía de mercado ha desarrollado un proceso descentralizador que ha cambiado los centros de gravedad del país. Durante el velascato se liquidó el capital invertido en nuestros recursos naturales y en una agricultura competitiva y, como nunca antes, el centralismo se apoderó del país. Las tercianas populistas nos llevaron a creer que se podía crear una industria ensambladora en la capital y la pobreza se generalizó en las provincias. La economía libre, en contra de los vaticinios ideológicos de la izquierda, ha posibilitado el regreso de la inversión a la minería, el petróleo y el agro, y allí y sólo allí, está la explicación de la bonanza de los gobiernos regionales. Los hechos nos indican que no hay fuerza más descentralizadora que el mercado.
En el actual proceso descentralizador se cumple un estribillo que ya se convierte en un lugar común: triunfa la economía en medio del fracaso general de la política. Desde los ochenta, los políticos impulsaron dos procesos regionalizadores sin entender que la descentralización era inviable sin un cambio radical del modelo económico estatista, ensamblador de industrias capitalinas. El actual diseño que calca las demarcaciones departamentales ignora esa reflexión por la simple razón de que el regreso de la inversión privada a las provincias y al agro impulsa la creación de realidades económicas y sociales macro-regionales. Si a esta situación le sumamos el desplome institucional que se vuelve dramático en el interior, entonces, tenemos el peligroso cóctel que ha permitido el surgimiento de reyezuelos que se creen dueños de los recursos y también de las vidas de los ciudadanos (como en Ancash). Si no existe un sistema de partidos que represente el interés regional dentro del espacio nacional, si la crisis del Ministerio Público y el Poder Judicial se agravan en provincias, si no funciona la Controlaría en el interior, es casi natural que surjan los Al Capone que contemplamos ahora.
Sin embargo la persistencia del modelo económico crea enormes condiciones para que el proceso descentralizador continúe. Las inversiones y el crecimiento en el interior demanda la ampliación de mercados y consumidores mediante más carreteras, puentes, trenes, energía y telecomunicaciones. Semejantes objetivos son posibles solo dentro de realidades macro-regionales, y estas se convierten en el fundamento natural para una reforma de la regionalización que ponga el centro de la gravedad en la agregación de los actuales departamentos.
COMENTARIOS