Continuar la reforma garantizando pluralidad de educación superior

La implementación de los cambios en la Superintendencia Nacional de Educación Superior (Sunedu) –de acuerdo a las reformas del Legislativo– ha suscitado justificados temores acerca de que el actual proceso de reforma universitaria llegue a su fin. Sin embargo, en medio de los debates y polarización, nos parece necesario señalar que la autonomía de la Sunedu con respecto al Ministerio de Educación (Minedu) es un aspecto fundamental y gravitante de cualquier sistema universitario en democracia, en una sociedad abierta.

Imaginemos, por ejemplo, qué habría pasado si en el Gobierno colectivista de Pedro Castillo, los intentos de controlar la educación básica a través de la Federación Nacional de Trabajadores de la Educación Peruana (Fenatep, el sindicato magisterial de orientación maoísta) se hubiesen trasladado al control del sistema universitario. Es evidente que la dependencia de la Sunedu del sector Educación se habría convertido en la principal herramienta de control.

En este contexto, nos parecen fundamentales los compromisos que asumen los nuevos miembros de la Sunedu en un reciente comunicado público: se comprometen a fortalecer los estándares de calidad para todo el sistema y a no licenciar a las universidades con licencias denegadas. Asimismo, en el sector de Educación se ha afirmado la voluntad de garantizar la más amplia pluralidad del sector educativo.

Todos estos pronunciamientos van en el buen sentido, y la sociedad deberá permanecer vigilante ante cualquier retroceso en la reforma universitaria. Sin embargo, desde aquí queremos afirmar un criterio que nos parece fundamental para avanzar en cualquier estrategia de reforma de la educación: el protagonismo y la importancia del sector privado en el sistema educativo en general.

Desde mediados de los noventa el sector privado –más allá de los problemas que cualquier proceso innovador genera– ha sumado aportes constructivos a la reforma de la educación superior y la educación en general. Por ejemplo, antes del ingreso al sistema del sector privado, las universidades públicas atendían dos tercios de la matrícula de los estudiantes. Con el crecimiento demográfico, la expansión de la educación básica y un Estado sin recursos en los noventa, inevitablemente las universidades públicas se habrían masificado y tugurizado sin control. La destrucción de la universidad pública habría sido indetenible. 

Sin embargo, hoy ha sucedido un verdadero milagro a favor del sistema universitario y de la calidad educativa, gracias al aporte del sector privado. En la actualidad, dos tercios de la matrícula son atendidos por el sector privado, en tanto que la universidad pública se ocupa solamente de un tercio.

En este contexto, no solo han surgido universidades privadas de calidad que empiezan a aparecer en los rankings académicos, de investigación y publicaciones, sino que también la universidad pública –liberada de la presión demográfica– ha tenido espacio para rehacerse, para reconstruirse. Universidades como San Marcos, San Agustín de Arequipa, San Antonio Abad del Cusco, entre otras, desde los noventa hasta hoy casi no han aumentado su población universitaria, mientras que los presupuestos se han multiplicado varias veces. Como se aprecia, sería imposible imaginar la reforma de la universidad pública sin la sinergia del sector privado. 

Pero eso no es todo. Según el estudio Estudio de contribución económica de la educación privada en el Perú, de Apoyo y Consultoría, la inversión privada en el sector educación representa alrededor del 60% del presupuesto general de educación; es decir, más de la mitad. Si se eliminará el sector privado, el Estado no tendría recursos para focalizarse en los sectores menos favorecidos y la educación fracasaría en todas las líneas como herramienta para distribuir oportunidades.