Editorial Educación

Apuntes sobre la ley universitaria

Apuntes sobre la ley universitaria
  • 30 de junio del 2014

Politización de universidad pública promovida a límites impensados.                                                                                                                 

Apenas el Congreso aprobó la nueva ley universitaria que crea la Superintendencia Nacional de Educación Universitaria (Suneau), dependiente del Ministerio de Educación, en la Asamblea Nacional de Rectores se informó que se iba a presentar una acción de inconstitucionalidad contra la norma, en tanto que diversos rectores anunciaron que iban a presentar acciones de amparo ante el Poder Judicial. Por su lado, Alan García calificó a la ley Mora de chavista señalando que, en un eventual gobierno aprista, se derogaría a la misma sin dudas ni murmuraciones. Keiko Fujimori no se quedó atrás y también manifestó su oposición a una norma que comienza a ser una de las más famosas por las oposiciones que levanta.

La pregunta que emerge es, ¿cómo cree el gobierno que va a implementar su “reforma universitaria”? No hubo evaluaciones sobre cómo podía reaccionar la comunidad universitaria y los principales líderes de la oposición. Todo indica que la implementación de la ley Mora será demasiado complicada y que, a menos que el régimen salga indemne de las acciones de amparo y las acciones ante el TC, dicha ley podría pasar a formar parte de las letras que se lleva el viento. A este paso, el tema universitario comienza a dejar de ser asunto de claustros para convertirse en político nacional, quizá de la misma dimensión que el intento de inhabilitar a Alan García.

Ni siquiera el fujimorato se atrevió a pisar el claustro universitario y poner en entredicho la autonomía universitaria con la creación de un organismo como el Suneau, porque, no obstante la popularidad de entonces, se entendía que no se podía gestar una oposición masiva y gratuita en momentos en que el enemigo a combatir en las aulas era el terrorismo senderista. Hasta las fuerzas armadas ingresaron a los patios universitarios sin inmiscuirse en los asuntos académicos y los estudiantes aceptaron esa presencia.

La autonomía de la universidad no es un asunto declarativo. Es la esencia misma de la universidad. No tiene que ver con exoneraciones tributarias ni sistemas administrativos. La autonomía de la universidad pública y privada solo y solo tiene que ver con el universo académico, científico y cultural. Nada más. En los países de Occidente que tienen las mejores universidades del planeta coexisten diversos tipos de universidades y el Estado tiene muchos atributos, pero no se atreve a violar la naturaleza misma de los claustros.

La reforma universitaria de Córdova, a inicios del siglo XX, consagró la autonomía universitaria y el tercio estudiantil en los órganos de gobierno. El Apra controló los tercios hasta los sesenta, pero luego los movimientos comunistas desplazaron a los de Alfonso Ugarte. Más tarde, el maoísmo y el senderismo controlaron las dirigencias universitarias y promovieron el nombramiento de militantes maoístas como docentes lo cual alejó de las aulas a los profesionales de nivel y calidad. Las universidades se volvieron centros de adoctrinamiento político antes que espacios académicos y científicos. Allí está el origen del hundimiento de la universidad pública.

De semejantes dictaduras ideológicas nacieron Sendero Luminoso en Huamanga y el Sutep en los colegios nacionales. La politización destruyó al claustro público, gestó la destrucción de la educación primaria y secundaria con la mediocridad que impuso el sindicato magisterial, y además, de ese mismo proceso emergieron los profesores y estudiantes de Sendero Luminoso que le declararon la guerra al Perú.

A pesar de todo eso, la llamada ley Mora termina con la autonomía universitaria, pero, oh, sorpresa, preserva la politización de las universidades públicas y lleva el problema límites impensados: El rector será elegido mediante sufragio general, directo, secreto, oglibatorio y ponderado, por los profesores y alumnos. La universidad se convertirá así en una plaza pública, en un reducto electoral donde los maestros tendrán que subirse a los estrados y, como cualquier candidato a una federación universitaria, gritar y ganarse el apoyo. ¡Tremenda reforma!

Es evidente que el populismo y la demagogia del siglo XX se derramará en los claustros públicos a diestra y siniestra. Habrá de todo, hasta desayunos universitarios con el Pronaa. Y si los rectores elegidos en olor a multitudes se recuestan a un muro de la Casa de Pizarro serán favorecidos con jugosos presupuestos, porque el objetivo es el control. Sin darnos cuenta, hemos permitido que se apuñale las últimas cosas vivas de la universidad pública peruana mientras se preserva y se refuerza lo peor.

  • 30 de junio del 2014

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