En el Perú, hablar de cobre no es solo hablar de miner&...
El Banco Mundial (BM) acaba de señalar que la economía del Perú se derrumbará en alrededor de 12% del PBI en el 2020, varios puntos más que el promedio de caída en América Latina (7.2%) y del mundo (5%). ¿Por qué un país que inició la cuarentena más temprana y que destinó una suma cercana al 12% de su PBI para la reactivación se convierte en la economía de ingreso medio que más se derrumba en el planeta? Es evidente que la sobre la mesa están los errores acumulados por el Ejecutivo en cuanto a la política sanitaria y la reactivación.
Sin embargo, existirán mejores momentos para hacer los balances y asumir las responsabilidades difíciles de eludir. Hoy la emergencia tiene una nueva connotación: ¿cómo evitamos que más peruanos se despeñen en el abismo de la pobreza y enfrenten la posibilidad de morir de hambre e inanición? Detrás de las frías cifras de la caída del PBI, está el hecho incuestionable de que más de tres millones de peruanos pasarán a la condición de pobres, sumándose a los seis millones que padecen esta lacra social. En otras palabras, nueve millones de ciudadanos serán pobres, es decir, una tercera parte de nuestra población.
¿Cómo entonces enfrentar la emergencia que desata la recesión? En primer lugar, se debe relanzar la inversión de todos los proyectos mineros y los principales emprendimientos en infraestructuras. La suma de la inversión minera e infraestructuras reúne dos tercios del total de la inversión privada. Reactivar la economía pasa por reactivar la inversión. De allí que sea absolutamente incomprensible que el Ejecutivo retroceda frente a la posibilidad de garantizar el proyecto de cobre de Tía María, en Arequipa. Muy por el contrario, la concreción de Tía María debería representar el relanzamiento de nuestra cartera de inversiones mineras, que suman más de US$ 62,000 millones.
De otro lado, no será posible recuperar los puntos perdidos en la economía si en el Ejecutivo y en el Congreso se siguen haciendo guiños al populismo con propuestas de control de precios y regulación de mercados. Lo que ahora se necesita es eliminar las sobrerregulaciones para desatar toda la potencialidad de la inversión.
Igualmente se necesita reorientar los gastos del Estado y focalizarlos en salud y educación. Nunca más debemos enfrentar una pandemia sin pruebas moleculares, equipos de protección especial ni respiradores. Y solo se gastará más en salud si eliminamos ministerios sin ninguna utilidad social (ministerios de la Mujer, de Cultura, de Ambiente y Midis, entre otros).
Eliminar el bosque de ministerios sin utilidad obligará a reducir sobrerregulaciones, trámites y procedimientos creados para justificar la existencia de burocracias doradas y que solo ahogan a la sociedad, a los ciudadanos y al sector privado. Pero reducir los ministerios sin utilidad también permitirá desarrollar una reforma tributaria amigable, con impuestos y tasas bajas que garanticen el respeto a la propiedad de los ciudadanos, las empresas y los mercados. Finalmente, como parte de las grandes apuestas reformistas, se debe establecer la plena flexibilidad laboral en los contratos de trabajo, como la manera más urgente de salvar empresas y empleo.
Este paquete de reformas básicas –junto a las de salud, educación e infraestructuras– es el único camino que posibilitará superar la informalidad y construir un solo país, una sola sociedad y una sola economía. El camino del populismo es inverso y contrario: controles de precios y regulaciones de mercados para liquidar el sector privado y luego proceder a estatizarlo. En vez de la senda de prosperidad y reducción de pobreza se propone la tragedia venezolana para convertir a las mayorías en pobres y menesterosas.
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