Mariana de los Ríos
“Paradise” (2025): distopía en clave melodramática
Reseña crítica de la serie creada por Dan Fogelman

La serie Paradise, estrenada en 2025 bajo la dirección y producción de Dan Fogelman (New Jersey, 1976) se inscribe en el creciente interés por las ficciones posapocalípticas con componentes introspectivos. Ambientada en un futuro cercano, la historia se desarrolla enteramente en un búnker subterráneo construido para preservar la vida humana tras una catástrofe global compuesta por eventos climáticos extremos, tsunamis y una guerra nuclear. Este refugio de alta tecnología, denominado "Paradise", alberga a 25 000 sobrevivientes cuidadosamente seleccionados por sus capacidades, lealtades y utilidades para la reconstrucción social.
La trama central se inicia con el hallazgo del presidente Cal Bradford muerto en su residencia privada dentro del búnker. La investigación del asesinato es asumida por Xavier Collins, muy bien interpretado por Sterling K. Brown (Missouri, 1976), exjefe de seguridad presidencial, quien carga con la culpa por la pérdida de su esposa durante la evacuación al refugio. A medida que Collins indaga en los hechos, se revelan tensiones ocultas entre las élites del búnker, antiguos resentimientos y agendas personales vinculadas a los días previos al colapso.
La estructura narrativa de Paradise alterna entre el presente en el búnker y una serie de flashbacks que reconstruyen tanto el contexto del desastre como la historia personal de los protagonistas. La selección de los sobrevivientes, los conflictos éticos durante la evacuación, y las decisiones de quienes ostentan el poder configuran un mosaico de memorias que alimentan la tensión de la investigación. El dispositivo tecnológico del búnker incluye cielos artificiales, control biométrico, vigilancia constante y una simulación de normalidad que contrasta con la conciencia persistente del desastre exterior. Sin embargo, el mundo exterior permanece invisible durante casi toda la serie. Solo hacia el desenlace se plantea la posibilidad de que haya vida más allá del encierro, abriendo una potencial nueva dirección narrativa.
En su segunda mitad, la serie revela el entramado que rodea el asesinato: alianzas rotas, lealtades traicionadas y una red de silencios que pone en cuestión la legitimidad del orden establecido. La revelación del asesino, un personaje aparentemente marginal, conecta motivos personales con consecuencias colectivas, cerrando la temporada con un gesto de ruptura simbólica frente al poder.
A pesar de su planteamiento distópico y su envoltura tecnológica, Paradise se distancia del canon tradicional de la ciencia ficción especulativa. Lo que podría haber sido una exploración política o filosófica sobre la reconstrucción de la civilización tras la catástrofe, deriva en una narrativa dominada por los conflictos emocionales de sus personajes. El peso del trauma individual reemplaza casi por completo la reflexión sobre el orden colectivo o la organización social del búnker.
En esa línea, el tono general de la serie se aproxima más a una telenovela emocional que a una ficción distópica. La acumulación de secretos personales, relaciones rotas, infidelidades y traumas familiares estructura el relato con un enfoque centrado en el melodrama. Esto es especialmente notorio en los momentos de clímax emocional, en los que los personajes se enfrentan a sus culpas o revelan confesiones largamente postergadas. La investigación del asesinato, que podría sostenerse como eje del suspenso, queda subordinada a la catarsis emocional.
El universo ficcional de Paradise, por tanto, aparece poco desarrollado en sus dimensiones políticas, tecnológicas o filosóficas. La selección de los sobrevivientes, los mecanismos de control, la legitimidad del liderazgo o la posibilidad de regenerar un orden justo son temas apenas esbozados. La ciencia ficción opera como marco visual y pretexto argumental, pero no como motor reflexivo.
Aun así, la serie tiene aciertos que deben reconocerse. La ambientación es consistente, la puesta en escena logra transmitir la claustrofobia del encierro, y las actuaciones principales, en especial la de Sterling K. Brown, sostienen con solvencia el conflicto dramático. La estructura narrativa que alterna tiempos y puntos de vista está bien resuelta y mantiene el interés a lo largo de los episodios.
En suma, Paradise es una serie que ofrece una experiencia intensa en lo emocional, pero limitada en lo conceptual. Su mezcla de géneros no alcanza un equilibrio eficaz: la intriga se diluye en el sentimentalismo, y la ciencia ficción queda subordinada a una narrativa centrada en el duelo. Es un relato sobre el fin del mundo que prefiere mirar hacia dentro, hacia las heridas de sus protagonistas, antes que preguntarse qué clase de mundo podría surgir después del colapso.
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