Mariana de los Ríos

The Pitt: un día en el infierno de la salud pública

La serie de televisión que redefine el drama médico

The Pitt: un día en el infierno de la salud pública
Mariana de los Ríos
09 de julio del 2025


En un año sobresaturado de estrenos que pasan sin dejar huella,
The Pitt se ha consolidado como una de las mejores series televisivas de la primera mitad de 2025. Aclamada por la crítica mundial y abrazada por una audiencia fiel, esta producción original de Max ha revitalizado el género del drama médico con una intensidad que pocos esperaban. Su propuesta es simple pero eficaz: 15 episodios que cubren las 15 horas de un turno en la sala de emergencias de un hospital público en Pittsburgh. Pero lo que parece una fórmula clásica se transforma, a través de un enfoque hiperrealista y una ejecución técnica meticulosa, en una experiencia absorbente, caótica y emocionalmente devastadora.

Protagonizada por Noah Wyle (Hollywood, 1971), quien encarna al Dr. Michael “Robby” Rabinavitch —jefe de emergencias con rostro cansado y temple de acero—, The Pitt renueva un género que parecía agotado. La serie pone el foco en el trabajo médico como proceso y como sistema, no como excusa para romances entre pasillos o milagros de último minuto. Aquí no hay lugar para las típicas tramas melodramáticas de hospital; lo que hay es adrenalina, decisiones imposibles, sudor, sangre, procedimientos detallados, y personajes al límite.

Desde el primer minuto del primer episodio, el espectador es lanzado a un entorno que no da tregua. El hospital está sobresaturado, el personal es escaso y los recursos son limitados. Cada capítulo cubre una hora del mismo turno, lo que permite un nivel de inmediatez e inmersión poco habitual en este tipo de series. El espectador siente el paso del tiempo —cada minuto importa, cada urgencia se acumula— y ve cómo los personajes se van desmoronando física y emocionalmente a medida que el día avanza.

El elenco de personajes es amplio, pero está construido con precisión. Acompañan a Robby la enfermera jefe Dana Evans (Katherine LaNasa), dos residentes ya curtidos (Patrick Ball y Tracy Ifeachor), y un grupo de estudiantes de medicina y jóvenes médicos que comienzan su primer día laboral en el infierno. Entre ellos destacan Victoria Javadi (Shabana Azeez), prodigio académico e hija de una reputada cirujana; y Whitaker (Gerran Howell), novato bienintencionado que tiene una jornada de iniciación que roza lo cómico y lo trágico. Hay también un puñado de casos que se desarrollan a lo largo de varios episodios —un paciente con ECMO, una víctima de trata de personas, una mujer sin hogar embarazada— que exponen diversos conflictos éticos y sociales que la serie pone sobre la mesa sin sentimentalismo ni soluciones fáciles.

En su mejor faceta, The Pitt es una coreografía de caos contenida en un solo escenario. Las tomas cámara en mano, los movimientos fluidos entre habitaciones y la iluminación fluorescente constante contribuyen a esa sensación de urgencia ininterrumpida. Lo más impresionante, sin embargo, es que se muestra el trabajo médico como lo que realmente es: un ejercicio de resistencia física y emocional, lleno de protocolos, dilemas éticos, y una constante negociación con la muerte.

La serie también brilla por su representación descarnada del sistema de salud estadounidense. Sin moralinas ni discursos evidentes (al menos la mayoría del tiempo), la narrativa hace evidente lo estructuralmente roto que está el sistema. Cada decisión médica tiene un trasfondo económico o político: seguros médicos, satisfacción del paciente, violencia contra personal de salud, discriminación racial en diagnósticos, barreras lingüísticas, todo está presente. En lugar de evitar los temas “difíciles”, The Pitt los integra como parte del paisaje cotidiano de un hospital moderno.

Sin embargo, no todo en The Pitt funciona con la misma precisión. A medida que avanzan los episodios, la acumulación de tragedias empieza a tensar la verosimilitud. Una sobredosis accidental, un brote de sarampión, una crisis de salud mental adolescente y las numerosas víctimas de un tiroteo masivo, todo en una misma jornada... el volumen de catástrofes comienza a rozar lo absurdo. La intención es clara —reflejar el cúmulo de crisis sociales que colapsan el sistema médico—, pero el resultado puede parecer exagerado y forzado.

El guion también tropieza en momentos puntuales. Hay diálogos que suenan impostados, particularmente cuando intentan explicar de forma didáctica cuestiones complejas en frases breves. Algunas líneas, como las que repiten pasajes bíblicos o explican en voz alta cosas obvias (como que “el sarcasmo es un mecanismo de defensa”), distraen del tono realista que la serie se esfuerza tanto por construir. Y aunque Noah Wyle lidera con solidez y carisma contenido, no todos los actores secundarios alcanzan ese mismo nivel interpretativo. En algunas escenas se nota cierta rigidez actoral, que interrumpe la fluidez emocional.

Además, el formato en tiempo real, aunque potente en su efecto inmersivo, impone limitaciones narrativas. No hay espacio para el desarrollo profundo de los personajes ni para explorar sus vidas fuera del hospital. En ese sentido, The Pitt se convierte en una especie de cápsula: lo que ganamos en ritmo y tensión, lo perdemos en profundidad psicológica.

A pesar de sus imperfecciones, The Pitt acierta en lo esencial: es una serie que nos hace sentir el peso del trabajo médico en carne propia. Es un testimonio del colapso del sistema de salud norteamericano, pero también un homenaje a quienes, día tras día, siguen sosteniéndolo. No ofrece consuelo, pero sí una verdad incómoda que rara vez se representa con tanta crudeza en televisión.

Max ya ha confirmado una segunda temporada ambientada durante el 4 de julio. Si repiten la fórmula, será otra inmersión directa en el caos. The Pitt no es entretenimiento ligero: es una advertencia disfrazada de ficción. Y, como toda buena serie, sabe que la realidad, cuando se cuenta bien, puede ser mucho más impactante que cualquier invención.

Mariana de los Ríos
09 de julio del 2025

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