Manuel Gago
El Picaflor de los Andes en el Teatro Municipal
Supo entender el sentimiento provinciano

El próximo martes 14 de julio, a las 7:00 de la noche, en el Teatro Municipal de Lima, será homenajeado el cantautor folklórico más grande de Perú: Víctor Alberto Gil Mallma, más conocido como el Picaflor de los Andes. Cincuenta años después de su partida, los huaynos del huancaíno serán interpretados por reconocidos artistas nacionales.
La grandeza del Picaflor no fue ocasional ni efímera. Sus letanías románticas, soñadoras, melancólicas y encarnizadas permanecen en el alma provinciana. En ese mundo popular todavía se escucha, canta y tararean sus mulizas, los cantos de los muleros. Y es que no fue un cantante más, sino un trovador excepcional que supo entender el sentimiento andino.
El gran José María Arguedas, después de haberlo visto en una multitudinaria presentación, escribió en El Comercio del 30 de junio de 1968 que “Víctor Alberto Gill Mallma vestido de huanca es verdaderamente imponente. Las primeras notas de huaynos, mulizas y huaylas hacen estallar a una especie de triunfal lamento. Canta entre ruidos, jaleos, silencios y silbidos de júbilo. No es posible encontrar una mayor identificación entre artista y público, ni público ni intérprete más felices y realizados”.
Los versos del compositor y cantante no son vacíos o insustanciales, tienen un pensamiento, un ideal, un propósito de vida. ¿Acaso es filosofía popular? En “Las rutas del recuerdo” recita: “La vida es una constante lucha del hombre y la naturaleza. Día a día se lucha por subsistir, se lucha por un mañana mejor, por el amigo, por la familia, por los hijos que es la misma patria. El esfuerzo es arduo y tenaz. Vencer los obstáculos, las vicisitudes, es luchar por la misma existencia”. En “Mi chiquitín”, el padre le dice al hijo: “Mi chiquitín pedazo de cielo, mi chiquitín rayito de luna… sólo te pido cuando seas grande cuides mis pasos mis últimos días como ahora cuido de ti… También te ruego cuando seas grande tu corazón, tu mente y trabajo, mi chiquitín, bríndale a la patria”.
Los huaynos del Picaflor describen el universo provinciano: vigoroso, pujante e incansable. Ese ha sido su gran mérito: supo apreciar hacia dónde iba esa serranía en su terruño. Comprendió al mar de provincianos que pisaron Lima y se quedaron allí por mejores perspectivas económicas, sociales y culturales para sus familias.
El 15 de julio de 1975 esa choledad bajó de los cerros y dejó los arenales convertidos en su nuevo hogar. Inundaron El Ángel, el cementerio de la gran Lima. Llegaron hasta allí a despedir al más grande de los suyos. Nadie los organizó. Llegaron por su propia cuenta. En ese momento de dolor querían estar allí para tocar el ataúd. A pesar de los discursos en favor de los desposeídos y del llamado “Perú profundo”, ningún uniformado o político estuvo allí representando al Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. Tan solo hubo una corona de flores de parte del Instituto Nacional de Cultura. Si pues, en el momento en que una multitud de cholos lloraba la partida del cantautor, los que se creían intérpretes de los sufrimientos nacionales no estuvieron allí. Se quitaron la careta: sus discursos eran falsos.
El 18 de julio de 1975, en el diario Correo de Huancayo se leía “chalecos bordados y mulizas, llantos y oraciones. Arpas y quenas. Gente bajada de los Andes lleva sobre sus hombros los restos de Albertos Gil Mallma. Se fue en brazos de la multitud que siempre lo rodeó. Fue un sepelio con olor a pueblo profundo”.
“Llorarás, cuando me muera, sangre viva y colorada”, cantaba en “Agua rosada” el Picaflor. Y finalmente así fue.
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