Una de las preguntas que suelen hacerse los especialistas en d...
A estas alturas el quinquenio 2016-2021 parece perdido para una segunda ola de reformas que relancen el crecimiento y el proceso de reducción de pobreza, que se iniciaron con las transformaciones económicas de los noventa. El optimismo que se desató en las elecciones del 2016, debido a que dos fuerzas procapitalistas y pro inversión, una popular y otra tecnocrática, pasaran a la segunda vuelta, se ha convertido en decepción. No solo el quinquenio parece perdido con respecto a esas reformas, sino que la crisis política desatada genera profundas incertidumbres hacia el 2021. Es como si las tendencias autodestructivas lo hubiesen dominado todo. Las responsabilidades son evidentes, y Fuerza Popular las tiene de primer orden.
Sin embargo, no es hora de subrayar culpas, porque el Perú ya está sumergido en la peligrosa trampa de ingreso medio que amenaza a los países que luego de una primera generación de reformas —de vertiginosos crecimientos económicos y procesos de reducción de pobreza— se desaceleran por la ausencia de una segunda ola de reformas. Cuando eso sucede, en esas sociedades ya no se puede seguir pagando salarios bajos, pero tampoco se puede competir con las economías desarrolladas.
En el Perú eso es precisamente lo que está sucediendo. Luego de las reformas de los noventa —que acabaron con el Estado empresario y que desregularon precios, mercados y comercio exterior— el Perú triplicó su PBI y redujo la pobreza, del 60% de la población a 20%, con tasas de crecimiento anual de 6% en promedio. Sin embargo, hoy todo ha cambiado. En el 2018 creceremos menos del 4% y en el 2019 sucederá algo parecido. Con esas cifras no se puede seguir reduciendo pobreza (el 2017 aumentamos este flagelo social) y la precariedad de las clases medias (ex pobres) se convierte en una amenaza para el modelo económico y social. En Venezuela, Argentina y Brasil, unos años atrás, ante la ralentización del crecimiento, los ex pobres se inclinaron por gobiernos populistas.
Los economistas señalan que la trampa de ingreso medio se desencadena cuando las sociedades alcanzan PBI per cápita anuales entre US$ 10,000 y US$ 15,000 por paridad de poder adquisitivo. En ese contexto los éxitos económicos y sociales desencadenan una terrible complacencia. El Perú ya está en ese grupo de países.
Vale señalar que el Banco Mundial ha establecido que solo 13 países de los 101 que ingresaron a la trampa de ingreso medio en los años sesenta lograron el desarrollo. ¿Cuál es la fórmula? Reformas institucionales para conseguir predictibilidad en el sistema político y de justicia. Pero por el contrario, el referéndum pasado, antes que embarcar al Perú en ese camino, ha escrito un capítulo más de la polarización que envenena la democracia.
Si se revisa la evolución de esos 13 países que lograron el desarrollo, entre ellos Singapur y Corea del Sur, se encuentra que las claves están en el desarrollo de las infraestructuras física (energía, carreteras, puertos y conectividad en general) y legal (derechos de propiedad y contratos) para la expansión de los mercados. Igualmente, una apuesta total por la transformación de la educación, la promoción de la innovación a toda escala y el desarrollo de un sistema de salud
Hoy las reformas de segunda generación no parecen formar parte de la agenda ni del Ejecutivo, ni del Legislativo ni de la clase política en general. Todos parecen sumergidos en una guerra de judicialización y exterminio. Sin embargo, no es que solo se postergan urgentes reformas; lo que suele suceder con las sociedades que caen en la trampa de ingreso medio es que las nuevas clases medias emergentes —es decir, los sectores que abandonaron la pobreza— se vuelven contra el modelo que los libró de ese flagelo social. Es la historia de las sociedades de ingreso medio que caen en los populismos, en los colectivismos y estatismos. Es la historia de nuestros vecinos de América del Sur.
Es hora, pues, de reaccionar.
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