Algunos días después de la APEC, poco a poco, el Per&uac...
A estas alturas los peruanos y la clase política nacional parecen haberse acostumbrado a una economía sin posibilidades de reforma. De alguna manera la resignación a no desarrollar cambios estructurales en la economía tiene que ver con el hecho de que en las elecciones del 2021 se eligiera a un gobierno colectivista y anticapitalista. Y luego del golpe fallido de Pedro Castillo, la sucesión constitucional de Dina Boluarte y la frágil estabilidad parecen comunicarnos que nos salvamos del abismo. En el Perú hay una especie de complacencia con el desenlace actual.
Sin embargo, el próximo gobierno a instalarse luego de las elecciones del 2026 no podrá eludir la disyuntiva acerca de desarrollar reformas económicas o involucionar hacia los estatismos y colectivismos que empobrecen a las sociedades latinoamericanas. Por todas estas consideraciones, el desarrollo de la próxima campaña electoral debería reflejar esta tensión alrededor de las reformas económicas en el país.
¿Por qué el Perú ya no puede eludir la urgencia de otra oleada de transformaciones económicas? Porque, de una u otra manera, cuando las sociedades en pobreza desarrollan reformas de primera generación –ajuste macroeconómico, privatización, desregulación de precios y mercados y consolidación del papel subsidiario del Estado frente al sector privado–, como sucedió en el Perú, suelen crecer y reducir pobreza significativamente, convirtiéndose en sociedades de ingreso medio. Nuestro país, luego de tres décadas de la primera oleada de reformas, cuadruplicó su PBI y redujo la pobreza del 60% de la población a 20%, antes de la pandemia (después de Castillo aumentó a casi 30%).
Las sociedades de ingreso medio pierden la ventaja comparativa de pagar salarios bajos y deben solventar remuneraciones acordes con una sociedad de ingreso medio. Algo de eso sucede en el Perú, no obstante que la pobreza ha vuelto a crecer luego de la pandemia y el gobierno de Castillo. Cuando los salarios suben sin una nueva oleada de reformas, generalmente las sociedades lentifican y se estancan en su crecimiento.
La única manera de superar el estancamiento económico en las sociedades de ingreso medio –fenómeno que también se llama “trampa de los ingresos medios”– es desarrollando una nueva generación de reformas, tal como lo hicieron Corea del Sur y los países llamados “Tigres de Asia” que, en cuatro décadas, alcanzaron el desarrollo que a Occidente le demandó más de dos siglos.
¿Cuáles son esas reformas? Una de ellas es la predictibilidad institucional; es decir, el funcionamiento de las instituciones y la administración de justicia En esos países estos criterios se aplicaron con tanta voluntad nacional que, finalmente, convirtieron a sociedades sin tradiciones democráticas en sistemas institucionales abiertos, en sistemas republicanos. Otra de las grandes reformas que se implementaron en estas sociedades fue el desarrollo de un capital humano de primer nivel a través de audaces reformas educativas y del sistema sanitario.
El desarrollo de una fuerza laboral educada, capaz de innovar en los mercados mundiales, por ejemplo, le permite a Corea del Sur competir en todos los mercados globales en asuntos vinculados a la IV Revolución Industrial y las revoluciones digitales.
En este contexto, el Perú necesita consolidar su sistema institucional a través de una reforma del sistema político y del sistema de justicia que le otorguen predictibilidad en el desarrollo de políticas públicas que fomenten la inversión privada y la permanente innovación en la economía. Asimismo, los retrasos en las reformas de la educación y del sistema de salud nos convierten en una sociedad sin futuro, en una sociedad sin la posibilidad de innovar y competir en los mercados globales.
El país, igualmente, necesita lanzar una reforma que transforme y desburocratice a un Estado que, a través de sus sobrerregulaciones y procedimientos, se ha convertido en el peor enemigo de la inversión privada y el crecimiento y un permanente promotor de la informalidad. El Estado en el país es la principal fuente de pobreza y extralegalidad.
Hablar de la urgencia de una reforma tributaria, de una reforma laboral que sancione la flexibilidad laboral en los contratos de trabajo y la solución de los grandes déficits acumulados en infraestructuras, ahora parecen lugares comunes de tanto repetirse. Sin embargo, en estas reformas se jugará la posibilidad de seguir avanzando contra la pobreza y la expansión de la prosperidad, o de involucionar hacia los colectivismos que se han convertido en las mayores fábricas de pobreza del mundo moderno.
El Perú, pues, no puede eludir la urgencia de una nueva ola de reformas.
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