Ángel Delgado Silva
¿Y ahora qué?
Mantenerse alertas y vigilantes frente al nuevo poder estatal
La angustia legítima que embarga a millones de ciudadanos, luego de la proclamación presidencial de Pedro Castillo, se condensa dramáticamente en dicha interrogante. El “¿ahora qué?” interpela a todas las conciencias desasosegadas por la incertidumbre futura. Por cierto, no debe cundir la desesperación. Ninguna salida escapista e individual serán opciones válidas para la mayoría de peruanos que, como nación, soportará políticas y acciones que comprometen sus destinos.
Por el contrario, ante la adversidad se requiere serenidad de espíritu para adoptar estrategias que encaren la nueva y difícil situación. La subsistencia de la democracia, como sistema político, debe recurrir a métodos y procedimientos democráticos para superar los momentos álgidos, como el presente. El régimen del pueblo no se defiende con medidas ajenas a su propia esencia.
Acerca de cómo posicionarse ante los riesgos del período político, existen dos extremos que debieran evitarse; pues no aportan nada al desafío de la hora. Primero, la resignación que baja la guardia y concluye en la adulación al gobernante de turno. Se cree que ello apacigua al autoritarismo latente en el régimen. Nada más falso. Dicha debilidad estimula al dictador en ciernes a desatar su barbarie implícita. ¡Es el camino de perdición de la República!.
Segundo, la visión radical que prolonga la confrontación –propia de la campaña electoral y del conteo de los sufragios– al momento actual de instalación del Gobierno y el Congreso. Esta lógica intoxica a los organismos constitucionales y la institucionalidad democrática, convirtiéndolos en un campo de Agramante, lugar de un batallar inútil y sin cesar, que también terminará destruyendo a la República.
La posición que esbozamos recusa a ambos extremos porque aparejan derrotas políticas inexorables. Parte del imperativo de mantenerse alertas y vigilantes frente al nuevo poder estatal, pues asume el peligro que entraña para la democracia y el proyecto nacional. Sabe de sus tentaciones totalitarias inherentes, y no se ilusiona con las meras frases de “respeto a la democracia”. Sin embargo, entiende que luchar contra dicha amenaza conlleva el ejercicio de mecanismos democráticos y no de herramientas vedadas. Jamás se defiende la libertad política cercenándola.
Por otro lado, son ostensibles las enormes grietas en la flamante estructura gubernamental, el cúmulo de contradicciones que afligen a sus componentes y que expresan una debilidad intrínseca y patente. Las fuerzas democráticas deberán permanecer atentas a su dinámica, a estos giros y vaivenes, a sus tropiezos. De este modo, con la opinión pública más la fuerza de la reciente acumulación popular callejera, esas fuerzas democráticas estarán en condiciones para batir cualquier intento oficialista de traicionar la República, revocar su independencia y esclavizar a su población.
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