Martin Santivañez
Muerte a la oposición
Sobre las acusaciones contra Víctor Andrés Ponce
El ataque que el portal El Montonero ha sufrido en la persona de su director, Víctor Andrés Ponce, y uno de sus columnistas, Arturo Valverde, es un capítulo más de la guerra política que atraviesa el país. Ponce es un reconocido periodista de oposición al gobierno y uno de los más férreos críticos al acuerdo con Odebrecht desde una postura liberal. Valverde investigaba varios de los proyectos de la empresa brasileña. Y dos conocidos periodistas, Juan Carlos Valdivia y Rafael Hidalgo, también han sido mencionados. El objetivo del ataque ha sido sembrar dudas sobre la independencia de todos los periodistas de oposición en su aproximación al caso Lava Jato.
Mezclar a culpables con inocentes es una vieja táctica de los totalitarismos. Criminalizar a la oposición aprovechando la lucha contra la corrupción es el método de todas las dictaduras. Si no estás conmigo, estás contra mí, reza el pensamiento absolutista. ¡Mucho cuidado con la imposición de un solo pensamiento! ¡Cuidado con la tiranía de lo políticamente correcto! Cuando se implanta esta moderna matrix de pensamiento único nadie puede disentir. Es imposible oponerse porque desafiar al sistema ideológico equivale a la guillotina moral, la persecución judicial o en última instancia, el exilio profesional.
Hace falta mucho valor para defender los principios democráticos contra la aplanadora revolucionaria que pretende guillotinar de manera selectiva, ejerciendo el terror ideológico con una clara motivación política. Basta con detener una mirada medianamente imparcial sobre todo lo que ha sucedido en nuestro país los últimos meses para comprender que aquí se ha curvado la realidad favoreciendo a unos y aplastando a otros. ¡Qué coincidencia que solo se ataque a los periodistas que no están de acuerdo con el gobierno!
Lo propio de las democracias es el Estado de derecho, la presunción de inocencia, el debido proceso, la posibilidad de discrepar en un marco racional y dentro de la esfera pública. Pero cuando se impone la autocracia ya no hay espacio para el derecho. La muerte del derecho equivale, en un ambiente jacobino y revolucionario, a la muerte de toda oposición. Así lo comprendió rápidamente el comité de salud pública durante la Revolución Francesa, apelando a la soberanía inmediata del pueblo sobre la ley. Guillotinar a la oposición equivale a sepultar la democracia. Conviene recordarle al pueblo que sin oposición tampoco hay equilibrio de poderes, que sin separación real no hay instituciones y que vivir bajo la férula del pensamiento único es rendir el estandarte de la libertad ante enemigos de entrañas totalitarias. ¿Ese es el bicentenario que merece el Perú?
El terror jacobino que se ha impuesto en nuestro país debe cesar. No hagamos de la lucha contra la corrupción una venganza política que liquide el orden constitucional. Busquemos la verdad respetando el debido proceso y sin caer en vendettas ideológicas. Recuperemos la unidad nacional e invoquemos a todos los peruanos a regenerar el país abandonando el espíritu cainita, que pretende establecer una hegemonía ideológica en la que no hay lugar para quienes piensan de manera diferente. Ese no es el Perú unido y firme que debe construir la mayoría silenciosa.
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