Carlos Hakansson
Menos estadistas y más influencers
Son malos tiempos para el constitucionalismo y el mundo libre

Los conflictos armados internacionales que padecemos no están acompañados de líderes que estén a la altura de las circunstancias que vivimos. En las últimas décadas, resulta irónico que el avance de la tecnología y su masiva difusión –por ejemplo, un software de celular es más avanzado que los medios que permitieron viajar a la Luna– coincide con la desaparición de los estadistas. El tipo de líderes que en su momento terminaron con la guerra fría a fines del siglo pasado. Ronald Reagan (USA), Margaret Thatcher (UK), François Mitterrand (FR), Helmut Kohl (AL) y Mijail Gorbachov (RS) fueron una suma de jefes de Estado y gobiernos sin sucesores a su altura.
La historia de cada uno es disímil. Un actor de cine que luego fue gobernador antes de ser presidente federal. Una dama de hierro que cambió un país promoviendo las libertades económicas; un alemán capaz de reunificar un país y unir a Europa; un jefe de Estado francés que puede cohabitar con su opositor en el gobierno, hasta la inesperada aparición de un líder ruso que predica la necesidad de cambio del régimen con dos palabras: Perestroika (reestructuración) y Glasnost (transparencia).
La actualidad del mundo libre nos presenta menos que estadistas a unos administradores. Los políticos como Joe Biden (USA), Rishi Sunak (UK), Emmanuel Macron (FR) y Olaf Sholz (AL) son opacados por los actuales magnates mundiales capaces de alinear algunas instituciones internacionales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) por ejemplo; incluso, los mismos jefes de Estado y gobierno parecen estar al margen de la promoción de la Agenda 2030, a lo mucho lucir un pin en la solapa en señal de su tácita conformidad, pero sin declarar ni abanderar.
En el fondo, se trata de malos tiempos para el constitucionalismo, pues, sus garantes y promotores históricos parecen mirar de costado a las amenazas ciertas e inminentes del mundo libre. Corremos el riesgo que comience a quedar atrás el significado del Bill of Rights estadounidense (1791), reconocido en las diez primeras enmiendas a su Constitución Federal (1787) como una jurisdicción de la libertad; también la Francia más ilustrada mediante la filosofía de la libertad de su Declaración de los Derechos del Hombre y Ciudadano (1789) y, a finales del siglo XX, la jurisprudencia del Tribunal Federal alemán con notoria influencia en Europa e Iberoamérica.
Tampoco son los mejores tiempos para la política. El proceso que describimos también se observa en los liderazgos de los países en desarrollo. Los partidos y opciones políticas vigentes en la región, salvo contadas excepciones, son políticos que ganaron elecciones, pero formados en el sector privado (Ecuador), sin compromisos con la democracia (Colombia, Perú), tampoco con sus instituciones –comenzando por la Constitución (Chile)--, hasta jactándose de polémicos métodos para combatir la delincuencia que colindan con la arbitrariedad (El Salvador). También mencionamos a los candidatos presidenciales populistas de izquierda que reparten bonos y extremistas de derecha con look de cantantes de rock (Argentina).
En tiempos de Twitter (ahora X), Youtube y TikTok, entre otras redes, los líderes políticos y sus convicciones democráticas son sustituidos por influencers. La mayoría de ellos poco comprometidos con los ideales y fines de la constitucionalidad, más simpatizantes de los resultados pragmáticos sin límites y la cancelación para los que piensan diferente.
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