Alejandro Arestegui
Medio siglo con el fantasma de la sobrepoblación
A 50 años de la Conferencia de Bucarest sobre el control de la población
Los controles de natalidad y barreras al crecimiento demográfico son políticas que llevan años en el debate público. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento de una comunidad internacional, numerosos temas se han llevado a tratar en agenda, uno de ellos es el de la sobrepoblación. Un día como hoy, un 30 de agosto de 1974, finalizaba la Tercera Conferencia Mundial sobre Población, también conocida como la Conferencia de Bucarest. En este controversial evento se definirían los destinos del crecimiento de la población de todo el mundo. Existen diversas opiniones acerca de los acuerdos a los que se llegaron en la citada conferencia, unos positivos y otros negativos. Abordemos pues algunos de los temas importantes que se trataron.
La Conferencia de Bucarest de 1974 fue la primera en ser considerada “de escala mundial”. Jamás habían asistido tantas naciones (representantes de 135 países y de 14 organismos de las Naciones Unidas). De acuerdo con la propia página de la ONU: “El debate se centró en la relación entre cuestiones de población y desarrollo. La Conferencia adoptó el Plan de Acción Mundial sobre Población, que estableció, entre otros principios, que el objetivo fundamental es el desarrollo social, económico y cultural de los países, que las variables de población y el desarrollo son interdependientes y que las políticas y objetivos de población son parte integral (elementos constitutivos) de las políticas de desarrollo socioeconómico”.
El tema principal en la agenda era aprobar el polémico Plan de Acción Mundial sobre población. Básicamente algunos políticos basados en ideas malthusianas miraban con mucho temor la sobrepoblación y deseaban progresivamente ejercer controles de población. El plan de acción mundial contemplaba que para 1985 el crecimiento poblacional tenía que reducirse de 2.1% a 1.6%. Irónicamente los resultados se pueden seguir viendo hasta ahora: No se alcanzó consenso necesario para aprobarlo unánimemente, sin embargo, el plan de acción mundial fue aplicado a rajatabla por los países más desarrollados. Por otra parte, los países emergentes (salvo China que aplicó la política de un hijo único) hicieron caso omiso al plan de acción mundial y es a partir de la década de los 80 donde se pudo observar el cambio.
La ahora tan afamada planificación familiar, reforzada en aquel entonces por el controvertido “informe Kissinger”, planteaba un control poblacional mediante políticas públicas. Previo a esta conferencia casi ningún país ejecutaba políticas de promoción de métodos anticonceptivos, planificación familiar y subsidios. Esta conferencia también dejó la puerta abierta a las posteriores agendas sobre tratamiento de embarazos no deseados. Es por este motivo que muchos activistas ahora denominados “pro-vida” ven en la conferencia de Bucarest el primer gran intento de control poblacional. Casualmente muchas de las políticas poblacionales establecidas en la agenda 2010 y posteriormente en la agenda 2030 siguen una retórica similar a la del Plan de Acción Mundial propuesto hace ya 50 años.
Antes de que se me acuse de “conspiranoico”, basta con leer la agenda que tuvo la conferencia de Bucarest de 1974 la cual se encuentra en español en la propia página de las Naciones Unidas. Esta conferencia marcó un hito porque a la postre sería una referencia para posteriores iniciativas internacionales que buscaban un freno a la población. Este enfoque constructivista e hiperracionalista comenzó a degradarse cuando los argumentos dejaron de ser científicos para pasar a ser netamente políticos. La politización del debate sobre el control poblacional trajo consigo ideologías posmodernas que complementan dichas políticas, como lo son el ecologismo, el animalismo o incluso el veganismo. Un debate totalmente distorsionado, que nos ha llevado en menos de medio siglo a hablar de control poblacional, a políticas sin sentido que buscan ampliar el control de los estados sobre las decisiones de los individuos utilizando, irónicamente, el propio dinero de los contribuyentes para implementar estas nefastas políticas.
Los libros de textos de educación pública eran muy claros. En los años 70, década en la que se celebró la conferencia de Bucarest, las ideas malthusianas habían invadido el discurso de los políticos. Los textos escolares asustaban a los más pequeños con la sobrepoblación, advirtiendo que para el año 2030 la naturaleza en Europa iba a desaparecer. Estos libros advertían que para el año 2030 existiría una sola urbe gigantesca desde Génova a Marsella (cubriendo casi toda la costa sur mediterránea), o una mega metrópolis en todo el valle del Rin o todo el sur de Inglaterra convertido en una gran ciudad. Ahora que estamos tan cerca del año 2030 ninguna de estas predicciones se ha hecho realidad.
Irónicamente Europa ha dejado de crecer dando espacio a que otros continentes como Asia y más recientemente África elevaran notablemente sus tasas de crecimiento. Tal como lo pensaban los representantes de la mayoría de países latinoamericanos en aquellas fechas: la sobrepoblación es un tema ajeno a Latinoamérica, lo fue y lo sigue siendo. Lamentablemente, aún en la academia y círculos intelectuales el tema de la sobrepoblación sigue preocupando a más de uno. El problema no es el de los recursos finitos y de la falta de espacio (de hecho, la ciencia ya se ha encargado de refutar las falsas profecías de Malthus), el problema es otro. ¿Por qué impulsaron tanto una agenda que buscaba hacer decrecer a Europa y a la vez incentivar el crecimiento poblacional en otras partes del mundo? A partir de Bucarest, hemos dejado las puertas abiertas para que los políticos de turno comiencen a jugar a ser los todopoderosos, siendo ellos quienes deciden temas tan delicados como el control poblacional, el aborto, la eugenesia, la migración a gran escala y otros instrumentos de ingeniería social.
En un contexto mundial donde los políticos desean controlar la libertad de expresión en los medios, desean controlar el dinero que usamos o querer controlar la natalidad es que tenemos que ponernos a pensar. ¿Realmente los organismos internacionales son de ayuda para los países? ¿O por el contrario siguen ideando estrategias para seguir esquilmando a los contribuyentes y financiar sus jugosos sueldos de sus puestos de trabajo? Si en nuestro país nos quejamos de los parasitarios burócratas y funcionarios públicos, debemos también incluir a todos estos sinvergüenzas que trabajan en organismos internacionales. Es tiempo de despertar y de darnos cuenta de que nuestro bienestar y estilo de vida pende de un hilo. En cualquier momento intereses internacionales pueden imponernos regulaciones contraproducentes y leyes arbitrarias. Es hora de ir pensando cómo hacerles frente, una resistencia cívica, responsable y, sobre todo, plena de sentido común.
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