Javier Agreda
La Virgen de los Sicarios
La polémica novela que consagró al colombiano Fernando Vallejo

Como en toda Latinoamérica, en Colombia las principales ciudades han ido creciendo desordenadamente, rodeándose de extensas periferias de barrios pobres cuyos habitantes son en su mayor parte emigrados del campo. Pero en ese país, aquejado desde hace décadas por olas de violencia de todo tipo, ciudades como Medellín han llegado a verdaderos extremos de criminalidad. La narrativa colombiana de fines del siglo XX reflejó ese clima de violencia urbana en una serie de novelas denominadas en conjunto "la sicaresca antioqueña". De estas novelas, la más importante fue La Virgen de los Sicarios (1998), de Fernando Vallejo.
Biólogo de profesión (es autor de un libro titulado Tautología darwinista y otros ensayos de biología) Fernando Vallejo nació en Medellín (en 1942), pero vive desde hace muchos años en México, país en el que ha escrito la totalidad de sus libros y también filmado tres películas. En su narrativa se destaca El río del tiempo, una serie de seis novelas autobiográficas que relatan su infancia y juventud pasadas en Medellín. La Virgen de los Sicarios es un retrato alucinado de la violencia y la degeneración social de esa ciudad durante los años noventa; un extenso monólogo, sin divisiones en capítulos, de un personaje maduro –un homosexual que dice ser gramático de profesión– quien cuenta su relación amorosa con Alexis, uno de los muchos adolescentes convertidos en asesinos a sueldo.
El protagonista se sumerge en el mundo de su amante: su devoción por la Virgen (Alexis, como todos los sicarios lleva siempre tres escapularios de María Auxiliadora), sus aficiones sencillas (escuchar radio, ver televisión), pero también las guerras entre las pandillas de las diversas comunas (barrios pobres) de Medellín, y los numerosos asesinatos cometidos por Alexis. Las similitudes entre la descripción de esta ciudad, con las montañas tugurizadas que la rodean, y ciertos paisajes de la Divina Comedia ya han sido señaladas por la crítica.
Pero aún más que las peculiares leyes de esta sociedad (en la que alguien puede morir simplemente por silbar en la calle) o sus extraños personajes, lo que atrapa al lector es el discurso del protagonista, en el que Vallejo ha sabido reproducir el humor y la peculiar ironía del habla de la región. Ese es el mayor logro de la novela, presentar una Medellín en la que todo gira alrededor de los asesinatos y en la que hasta los vivos parecen estar muertos ("Los muertos vivos pasaban a mi lado hablando solos, desvariando") a través de un discurso sumamente vital y por momentos hasta festivo, que pasa de la narración a la descripción, de los recuerdos a las reflexiones, sin perder su carácter oral y coloquial.
Las críticas del autor al desorden social y la violencia imperante se hacen a través de una serie de mordaces diatribas contra los olvidados principios religiosos, morales y éticos: "Cristo es el gran introductor de la impunidad y el desorden de este mundo. Cuando tú vuelves en Colombia la otra mejilla de un segundo trancazo te acaban de desprender la retina". El escepticismo del personaje –o la ironía del autor– lo lleva a hacer suyos, a pesar de su condición de intelectual, algunos de los lugares comunes más burdos y grotescos: "los pobres producen más pobres y la miseria más miseria... Mi fórmula para acabar con la lucha de clases es fumigar esa roña".
Estas y otras afirmaciones similares no son otra cosa que fuertes denuncias contra aquellas instituciones (la iglesia, el ejército, los políticos, los intelectuales) que permitieron que Medellín llegue a tales extremos de corrupción y violencia. Al dar voz a estas ideas, al expresarlas con las palabras propias de la región (mediante localismos que el narrador explica con celo profesional), Vallejo logró en La Virgen de los sicarios realizar un antiguo anhelo de muchos escritores latinoamericanos: hacer hablar a la propia ciudad.
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