Javier Agreda
Hombre lento
Sobre la novela de J. M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura 2003

Las primeras líneas de Hombre lento (2005), la novela que J. M. Coetzee publicó después de recibir el Premio Nobel de Literatura, muestran a un anciano ciclista atropellado por un automóvil en una ciudad australiana. Paul Rayment pierde en ese accidente una pierna y queda convertido en un inválido solitario –no tiene esposa, hijos ni parientes cercanos– totalmente dependiente de su enfermera personal Marijana, una madura pero aún bella inmigrante croata. Coetzee narra, con la sutileza y maestría ya mostrada en Desgracia (1999), tanto las dramáticas experiencias de Paul, fotógrafo retirado, como su inevitable pero inoportuno enamoramiento de Marijana, una mujer casada y con tres hijos.
Hacia la tercera parte del libro, cuando Paul le confiesa su amor a Marijana, aparece en el relato Elizabeth Costello, una escritora que Coetzee suele emplear como alter ego –p. e. en Elizabeth Costello (2004)–, y el relato cambia radicalmente. Elizabeth fuerza a Paul –hombre lento, contemplativo y enemigo de los riesgos– a tomar decisiones radicales y enfrentar directamente sus problemas. Además, Elizabeth afirma ser la autora de la novela y encara a Paul, su personaje, por no ser un buen protagonista: “Don Quijote no se trata de un hombre que se queja de lo aburrida que es La Mancha. Trata de un hombre que se coloca un bacín en la cabeza, sube a su viejo rocín y parte a emprender grandes hazañas”.
Con la intervención de Costello el relato se convierte en una reflexión acerca de la propia creación literaria, pero sin caer en los excesos ni retorcimientos con que los escritores posmodernos suelen abordar este tipo de asuntos. Y aunque Coetzee ya ha dado pruebas de saber integrar sus ideas sobre la relación entre realidad y ficción a las tramas narrativas -en Foe (1986) y El maestro de Petersburgo (1994)-, buena parte de la crítica ha señalado que la intervención de Costello en Hombre lento es más bien un síntoma de agotamiento y repetición dentro de su narrativa; y que el autor echa a perder lo que hasta antes de esa intervención prometía ser una excelente novela.
Algo hay de cierto en esas afirmaciones, aunque no se debe olvidar que Costello es también una creación de Coetzee, una personificación de ciertas posturas literarias llevadas hasta el extremo. Las diferencias entre ambos escritores resultan evidentes si se comparan las propuestas de Elizabeth Costello y Costas extrañas (2005, ensayos), especialmente en lo que respecta a la mímesis y el tratamiento de las pasiones humanas. El quiebre que se produce en la novela es el paso de una propuesta a la otra, como se comprueba en el peculiar encuentro sexual (propiciado por Costello) entre Paul y la ciega Marianna, un reflejo deforme de Marijana.
Pero las cuestiones metaliterarias son solo algunos de los múltiples temas abordados en la novela. Otros, casi de la misma importancia, son los problemas de identidad en las sociedades poscoloniales (ni Paul ni Marijana se sienten australianos), el paso de un etapa histórica a otra (el tema de la fotografía, en el que se siguen las propuestas de Walter Benjamin sobre la pérdida del aura), o la relación entre razón y pasión. Temas todos subordinados al eje principal de la historia, la experiencia de Paul de la soledad, la vejez y la proximidad de la muerte.
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