J. Eduardo Ponce Vivanco
El gran sur: un plan de futuro

Una macroregión que tenga como núcleos a Arequipa y Cusco
El ajustado triunfo de Kuczynski no solo se debe a quienes votaron por él, sino también a quienes lo hicieron para impedir el triunfo de Keiko Fujimori. Estos sufragantes oportunistas están representados en el Congreso por bloques parlamentarios que incluyen a izquierdas y radicalismos, y que serán los puntales de la oposición contra PPK. Harán lo imposible para que fracase, saboteando sus coincidencias programáticas y sus posibilidades de convergencia con Fuerza Popular; coincidencias sustantivas que deberían servir de base para construir un gran proyecto nacional y el pacto político-institucional para concretarlo. No hay otro camino para asegurar la gobernabilidad de un país que no merece sufrir el grave retroceso que traería un entrampamiento beligerante de la gestión pública. Ejecutivo y Legislativo deben entenderse si no quieren ser los responsables de paralizar al Perú.
El cuasi empate entre dos contendores con más similitudes que diferencias abre las puertas hacia una confluencia fértil en el próximo lustro; a una concertación indispensable entre opciones triunfadoras, porque las izquierdas aborrecerán la posibilidad de sumarse a un proyecto político y económico liberal al que son obsesivamente refractarias. Las heridas abiertas en una campaña tan polarizada deben superarse con la urgencia impuesta por la responsabilidad de gobernar y de construir. La vasta mayoría ha optado por dos opciones que buscan el bien común a través de políticas maduras que promuevan el libre mercado y las oportunidades para todos, en una democracia funcional que evite enfrentamientos mezquinos entre el Ejecutivo y el Congreso.
La idiosincrasia del sur ha sido definitoria en la justa electoral. Favoreció a PPK y, probablemente, castigó a la candidata por ser hija de un presidente enemistado con la región donde nació el gran Imperio Incaico, nuestro primer proyecto nacional. Los locuaces guías turísticos del Cusco crucifican a los españoles, que lo liquidaron como capital del viejo Tawantinsuyo, remplazándolo por Lima, como centro de la Colonia. Ese resabio del resentimiento contra el dominio de una capital costeña y ajena se ha expresado en un voto que parece venir del Perú adolescente de la Independencia. Recordemos que en nuestras primeras y revoltosas décadas republicanas, la mayor ebullición política se dio en el sur, cuando el presidente Gamarra, controversial y borrascoso hijo del Cusco, protagonizó dos décadas de guerras por su obsesión de conquistar a Bolivia, en un intento postrero de reunificar la nación incaica.
El sur es historia y cultura; anticentralismo, revoluciones y turbulencia política; riqueza minera y conflictos antimineros; vecindad y rivalidades con Chile y Bolivia; ferrocarriles y carreteras internacionales; meca del turismo; gas, puertos y pesquería; educación, universidades, hospitales, bancos, consultoras y servicios; contrabando y emprendimiento informal; crecimiento acelerado; integración fronteriza intensa y rentable con chilenos y bolivianos; ciudades importantes —como Arequipa y Cusco— y departamentos tan dinámicos como Tacna, Puno y Moquegua.
La insensata regionalización de Toledo socavó la potencialidad geopolítica y económica del gran sur integrado que el Perú necesita; una macroregión que tenga como núcleos funcionales a Arequipa y Cusco, y que aproveche el notable dinamismo de Tacna, Puno y Moquegua. La normatividad vigente no estimula la integración eficiente de ese conjunto de elementos ricos y complementarios. El Estado y los niveles regionales y locales de gobierno deben tomar la iniciativa para lograr este objetivo de alcance nacional, que reclama la prioridad de los proyectos importantes.
La gratitud de PPK y la preocupación de Keiko por su rechazo en el sur pueden confluir en ese plan trascendental, uno de los estandartes de una convivencia política digna del Bicenterario.
J. Eduardo Ponce Vivanco
Ex vice Canciller
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