J. Eduardo Ponce Vivanco

De crisis en crisis

El desolador balance de la pugna entre poderes públicos

De crisis en crisis
J. Eduardo Ponce Vivanco
11 de enero del 2019

 

El atolondrado vértigo de la política peruana es un fenómeno tan traumático que invita a ensayar explicaciones plausibles. Una de ellas es que la mediocridad de los actores agrava la fragilidad de las instituciones que conducen o gestionan. Los acontecimientos de las últimas décadas han alejado del quehacer político a los ciudadanos mejor preparados, cada vez menos dispuestos a arriesgar sus proyectos de vida y su tranquilidad familiar asumiendo la ingrata aventura del poder que conlleva el ejercicio de funciones públicas. La consecuencia visible es que la política y la administración han quedado en manos de novatos, de burócratas aterrorizados o de inmorales. El corolario es un continuo de decisiones erróneas o actos deleznables que se multiplican y retroalimentan en una dinámica incontenible y lamentable.

Fue en ese contexto que recibimos el impacto devastador de la mega corrupción de Lava Jato orquestada en Brasil por los gobiernos del Partido de los Trabajadores. Sus repercusiones en el Perú confluyeron con evidencias sobre la corrupción de la judicatura y el Ministerio Público, componentes centrales del sistema de justicia encargado de investigar y sancionar el delito. La interacción entre la corrupción importada y la doméstica ha secuestrado la agenda política nacional nutrida por un aluvión de denuncias y acusaciones en un clima de creciente beligerancia que pervierte el trato entre nuestros fantasmales partidos políticos, condenándolos al fraccionamiento y a la destrucción mutua.

Obras y proyectos emblemáticos de la infraestructura nacional han sido manchados por el soborno y la coima. Las elecciones democráticas que llevaron al poder a varios ex presidentes han demostrado cruelmente las graves falencias de los electores y los elegidos en las últimas décadas. El triste espectáculo de ex presidentes fugados, renunciados y acusados de corrupción ha socavado duramente la autoestima de los peruanos que solían vanagloriarse del crecimiento nacional, la disminución radical de la pobreza y la solidez de los índices macroeconómicos del país.

Parecería que el poder judicial y la fiscalía están cerca de superar lo peor de la severa crisis que los golpea; pero lo que vemos con asombro en el poder legislativo es poco menos que patético. ¿Cuánto ha contribuido el poder ejecutivo a la atribulada situación que padece el Congreso, a la debacle del partido mayoritario y al desprestigio de todos los partidos políticos? ¿No es desolador el balance de las pugnas entre los poderes públicos que hemos presenciado en tiempos recientes?

Ya es hora de terminar este ciclo devastador y aprender las lecciones que nos ofrece. Todos coinciden en que la única figura que se ha fortalecido en este crudo invierno es la del Presidente de la República, a pesar de - o por - la crítica situación en que le tocó asumir la primera magistratura de la nación. Es a él a quien ahora corresponde liderar la imperiosa y noble tarea de reunir lo que está en un doloroso proceso de desmembración.

“Firme y feliz por la unión” es el lema de la moneda que acuñamos en 1826. Puede parecer irónico, pero esa aspiración fundacional de la República es el gran desafío del Presidente Vizcarra frente al Bicentenario de la Independencia que el Perú debe celebrar con la mirada puesta en el futuro promisorio que merece como nación.

 

J. Eduardo Ponce Vivanco
11 de enero del 2019

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