Cecilia Bákula
Andrés Avelino Cáceres: Un peruano a carta cabal
Nació hace 102 años, en la ciudad de Ayacucho
Así fue como se reconoció a Cáceres, cuando se instaló, en el patio de Palacio de Gobierno, una escultura de este patriota singular, elaborada con gran realismo, por el escultor Miguel Baca Rossi. Y es que la vida de Cáceres, cuya memoria debemos honrar y traer siempre al presente, es digna de ser conocida, valorada y honrada por todos los peruanos.
Nuestra historia está enriquecida con la vida y obra de grandes peruanos como es el caso de Andrés Avelino Cáceres Dorregaray, nacido en Ayacucho, el 10 de noviembre de 1823. Se trata de un militar cuyo desempeño durante la Guerra del Pacífico fue muy destacada, como lo fue su participación posterior en la vida política nacional al asumir la presidencia de la República. A lo largo de toda su vida, tanto en lo público como en el ámbito personal, Cáceres sobresale por su integridad, su amor al país, su entrega al cumplimiento del deber. Y también por su convicción de que todo ciudadano tiene un rol que cumplir y ha de hacerlo en aras de satisfacer los intereses nacionales antes que los propios.
Cáceres tuvo dos momentos de gran importancia: en campaña militar y en el ejercicio de la función pública. Como militar, en la rama de infantería, de la que es patrono máximo en el Ejército del Perú, se le ve actuando en la Batalla de Tarapacá y en San Juan y Miraflores, siendo el líder indiscutible de la resistencia peruana, llevando esa conducta a los más altos niveles en la Campaña de la Breña, conocida también como Campaña de la Sierra.
Desde que las tropas enemigas ocuparan la ciudad de Lima, el grupo militar al mando de Cáceres no dio tregua al invasor, poniendo en jaque todos los sistemas de acción chilena, confundiendo al ejército invasor y haciendo de la presencia constante e imprevista de montoneros y bajo el sistema de guerra de guerrillas una manera de mantenerlos en vilo hasta 1884. Era tal la pericia y astucia de los grupos que él comandaba que llegaron a causar desconcierto en las tropas vencedoras. Por su aparición imprevista y la rápida movilización en terrenos de sierra que Cáceres conocía bien, fue apodado como “el demonio de los Andes”.
Cierto es que la guerra estaba perdida y que –careciendo de respaldo, de vituallas y de soldados debidamente preparados– enfrentó con patriótica integridad y gran hombría la derrota en la Batalla de Huamachuco que, de alguna manera, fue el último intento por enfrentar dignamente a un enemigo altamente más preparado y con capacidad de resistencia. Ese fue el paso previo para la firma del Tratado de Ancón el 20 de octubre de 1883.
Las circunstancias de nuestra historia en esos aciagos años, de crisis económica, en los que se hizo patente la falta de previsión, la ceguera política y el oportunismo de muchos, el actuar de Cáceres destaca, enseña y reluce. Ya en años anteriores había participado en enfrentamientos militares y se le vio activo en eventos anteriores como el Combate del Dos de Mayo de 1866, con el que se define el rechazo del Perú a cualquier intento de España por recuperar su dominio en el que fuera su más preciado virreinato.
Si bien el Perú puede mostrar muchos ejemplos de heroísmo y entrega, destacamos el actuar de Cáceres deseando que los valores por los que él luchó y a los que consagró su vida puedan ser un aliciente para que muchos peruanos que opten por emular tales conductas aun ante la adversidad.
La política fue, también, una de sus pasiones y participó en ella teniendo siempre en la mira lo mejor para el país. Desde joven veía la necesidad de no ser un mero espectador y es así que se une al Ramón Castilla cuando éste encabezó desde Arequipa y luego desde el Cusco, el levantamiento contra el presidente Rufino Echenique quien había sido acusado de manejos poco claros en temas de administración económica. Posteriormente y ante la debacle en la que se encontraba el Perú luego de los años de guerra y de severo desgaste por la ocupación militar chilena, Cáceres asumió la presidencia de la República en dos oportunidades, entre 1886 y 1890 cuando fue derrocado Miguel Iglesias y de 1894 a 1895 cuando fue depuesto por Nicolás de Piérola ante lo que optó por el exilio. Eran tiempos realmente duros en los que personajes como Cáceres asumían el esfuerzo de conducir al Perú hacia la búsqueda y logro de la recuperación de la autoestima, el despertar de un obligado nacionalismo y todo ello orientado a la difícil reconstrucción nacional que requería estabilidad política.
El éxito y el heroísmo de Andrés Avelino Cáceres, su enseñanza y ejemplo no están en ostentar grandes victorias ni deslumbrantes triunfos; su valor está en la perseverancia por anteponer el amor a la Patria por encima de todo; por hacer de la defensa de nuestra soberanía y dignidad, una posibilidad y un objetivo aun en las peores condiciones y es ese respeto a la construcción y conservación del alma de la Patria lo que lo convirtió en un ejemplo para todas las futuras generaciones.
Su testimonio escrito es de gran valor. Cáceres entendió que compartir sus memorias, experiencias y vivencias era una obligación para con el Perú, los peruanos y el ejército nacional al que tanto quería y honró con su conducta. Inicialmente redactó lo que se conocería como sus “Memorias” que fueron el punto de partida del amoroso trabajo que realizó su hija Zoila Aurora Cáceres Moreno, cuyo empeñosa labor permitió la publicación de “La Campaña de la Breña”, editada en Lima en 1921. Adicionalmente, trabajó con el apoyo del comandante Julio César Guerrero, la conclusión de dos obras fundamentales para comprender los años de su vida activa en el ejército y en la gestión pública. Así, vio la luz una publicación titulada “La Guerra entre el Perú y Chile de 1879” editada en Madrid en 1924, y “Memorias del general Cáceres” impresa en Berlín en 1924, con ediciones posteriores realizadas en Lima.
Si bien su personalidad y actuación es altamente reconocida en las zonas andinas en donde él trabajó y en donde, gracias al ser un quechuahablante se comunicó con gran cercanía con los pobladores locales, a nivel nacional nos queda la tarea de aprender de él y emular su patriotismo y entereza. Es por ello que conviene recordar que, en vida, como debe ser, obtuvo el reconocimiento de la Nación cuando el presidente Leguía le concedió el más alto grado en el ordenamiento militar, al ascenderlo al rango de Mariscal del Perú. Con esa satisfacción y la certeza plena del deber cumplido, Cáceres falleció el 10 de octubre de 1923, en Ancón, dejando una estela de solvencia moral y patriotismo.
















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