LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Estrategia y táctica del progresismo peruano
Reflexiones sobre el llamado “fenómeno caviar” en el país
Una de las preguntas más interesantes sobre la política peruana que se puede hacer cualquier científico social es cuál es la naturaleza del progresismo peruano o del llamado “fenómeno caviar” que, de una u otra manera, ha representado a la élite, la aristocracia del antifujimorismo, que se convirtió en el movimiento que gobernó el país en las últimas dos décadas. ¿Por qué es una pregunta acuciante y de trascendencia ideológica? Porque el progresismo peruano, de una u otra manera, gobernó el Estado peruano en las últimas dos décadas, al margen de los resultados electorales, al margen de los colores o signos del presidente de la República. Y el progresismo peruano desarrolló está influencia sin formar partidos, sin presentar programas de gobierno y menos ganar elecciones.
He allí una característica del fenómeno caviar en el Perú, a diferencia de los progresistas chilenos que llegaron al poder empujando el Frente Amplio y la presidencia de Gabriel Boric. A diferencia también del Pacto Histórico que llevó al poder a Gustavo Petro en Colombia. El progresismo peruano no tuvo un partido ni tuvo un programa. Sin embargo, desarrolló todas las narrativas y relatos que los políticos siguieron a pie juntillas. Desde las leyes laborales que generan informalidad y detienen el capitalismo en el campo, pasando el informe de la Comisión de la Verdad, por las normas medioambientales que han frenado en seco la minería nacional, hasta la extrema burocratización que ha convertido al Estado en enemigo de la sociedad, de la inversión privada y de los ciudadanos. Hoy el Estado es la muralla contra el régimen económico de la Constitución.
De alguna manera el progresismo nacional ha demostrado una eficiencia leninista digna de admiración. Por ejemplo, diversos estudios, a inicios del nuevo milenio, señalaban que el Perú podría alcanzar el ingreso per cápita de un país desarrollado en el Bicentenario de la Independencia. Eso no ha sucedido. Por el contrario, la pobreza ha retrocedido una década en los últimos años.
Si analizamos con discreción el progresismo nacional, entonces, ha logrado algo monumental desde el ideario izquierdista: detener el capitalismo y el desarrollo en el Perú, algo que no ha logrado ni el progresismo chileno ni el colombiano.
¿Cuál es la clave del éxito del fenómeno caviar en el Perú? La renuncia a formar partidos y a presentar programas nacionales los llevó a disolver los viejos partidos comunistas y a formar oenegés, plataformas digitales y a presentar programas sectoriales en justicia, minería, derechos humanos, ideología de género y, recientemente, en el agro. A partir de allí se plantearon el control de instituciones clave, sobre todo las vinculadas al sistema de justicia, desde las cuales se desarrolló una de las judicializaciones de la política más brutales de América Latina, hasta eliminar a todos los políticos y partidos que combatían al comunismo y al antisistema. En ese contexto, llegó Castillo.
En el progresismo peruano, un ex trotskista –que cree en la revolución permanente– puede conducir una oenegé antiminera o se presenta como un académico de primer nivel o un periodista independiente. Una estrategia para eliminar a un rival puede disfrazarse de un debate constitucional o de una reforma legal penal.
Sin embargo, en la medida en que el progresismo no disputa las elecciones y el favor del pueblo, tiende a excluir, a eliminar al adversario ideológico con el objetivo de permanecer en el poder a cualquier costo. Pero con esas estrategias y tácticas es imposible controlar una democracia de manera indefinida, porque la reacción de quienes ganan las elecciones sobrevendrá más temprano que tarde. Es lo que hoy sucede. En el Perú ha comenzado una reacción de raigambre democrática, que recupera instituciones y que obligará a los caviares a formar un partido y presentarse a elecciones. Y todos sabemos que nunca podrán ganar porque se han convertido en el último reducto de ese viejo limeñismo tradicional sepultado por la migración de los Andes.
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