LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
El Congreso asume el poder democrático
Reflexiones sobre las últimas decisiones del Legislativo
Frente al deterioro de la Presidencia de la República por la volatilidad de la institución presidencial (seis presidentes en los últimos años), el Perú parece encaminarse a una anarquía institucional en la que las corrientes progresistas interpretan el texto constitucional –sacando palomas y conejos del sombrero– convirtiendo a la Constitución en letra muerta. Bajo el relativismo constitucional del progresismo, las funciones exclusivas y excluyentes del Congreso de control político no son tales, sino ejercicios de algunas prerrogativas que pueden ser cuestionados por jueces de instancias inferiores, incluso provisionales.
El antecedente de la interpretación mágica de la Constitución nació con el golpe de Estado de Martín Vizcarra, quien argumentó una supuesta “denegación fáctica de confianza” –figura que no existe en la Constitución– para cerrar el Congreso de ese entonces. La figura se creó para evitar que el Legislativo eligiera a los nuevos miembros del Tribunal Constitucional (TC) e, incluso, el mencionado absurdo jurídico fue ratificado por un TC con magistrados con los plazos vencidos. A partir de allí la Constitución comenzó a convertirse en un cajón de sastre donde todo podía caber.
Bajo esa matriz constitucional del relativismo, jueces de instancias inferiores pueden cuestionar las prerrogativas constitucionales de otras instituciones republicanas y también pueden arremeter contra las facultades del Tribunal Constitucional.
¿Qué sucedería si esta tendencia al relativismo constitucional sigue acentuándose? Inevitablemente se consolidaría la tendencia a una anarquía institucional y las instituciones colapsarían. Por ejemplo, un oficial de policía mediático podría quebrar la autoridad de la dirección de la PNP y el Ejecutivo. Anarquía pura, pues.
La anarquía inevitablemente tendría que llevar al adelanto electoral o a cualquier tipo de salida institucional. Incluso la posibilidad de una constituyente, frente a una Constitución que puede ser interpretada a favor de los cielos o los infiernos, parecería razonable.
Ante está situación el Congreso de la República ha hecho lo único que podía hacer: asumir el poder democrático de la República. Esa voluntad se expresa en la reforma constitucional que crea la Escuela Nacional de la Magistratura, en la ley que reforzará el control de la APCI sobre las oenegés y en la eliminación de los movimientos regionales para fortalecer la partidocracia, el gobierno de partidos nacionales.
El Congreso vuelve a asumir el poder, tal como lo hizo frente al golpe de Pedro Castillo y las olas de violencia, desarrollando la vacancia del golpista. Y lo hace a pesar de tener una de las desaprobaciones más altas de los legislativos y una suma de errores superlativa, tales como en los casos de los mochasueldos.
Si el actual Legislativo emprendiera las reformas promercado que necesita el Perú para relanzar el crecimiento y el proceso de reducción de pobreza, entonces, se convertiría en uno de los mejores legislativos de la historia republicana al margen de aprobaciones y rechazos. Sin embargo la perfección es un bien esquivo en la política y en el mundo profano.
No obstante, el Congreso se ha ganado un aplauso y la institución ya escribió algunos capítulos de los grandes momentos democráticos del país.
COMENTARIOS