La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Se acaba de conocer el fallecimiento del expresidente Alberto Fujimori por los problemas de salud acumulados durante la larga persecución que padeció de las corrientes comunistas y progresistas. Si bien la edad avanzada del ex jefe de Estado convertía su salud en precaria, es evidente que el acoso y la persecución se notaban al primer golpe de vista de su figura. En este contexto, uno de los hechos que más tranquilidad causa en los peruanos de buena voluntad y los sectores que apostamos por la convergencia de los peruanos es que el mandatario no murió en la cárcel, sino que –gracias a la vigencia del Estado de derecho, el papel del nuevo Tribunal Constitucional y el indulto del expresidente Pedro Pablo Kuczynski– pudo despedirse en su casa y al lado de su familia.
No obstante, el haber liderado una de las estrategias antisubversivas con mayor participación popular y movilización campesina en América Latina, el ex presidente Fujimori fue sentenciado por algunos excesos en la violación de Derechos Humanos cometidos por unidades militares. Para inculparlo, se invocó la gaseosa figura de la autoría mediata, una figura jurídica difícil de sostenerse porque la estrategia contrasubversiva que derrotó a Sendero Luminoso, uno de los movimientos terroristas más letales del planeta según el Departamento de Estado de los Estados Unidos, se basó en una alianza entre la población rural, el campesinado y las fuerzas armadas. Los comités de autodefensa (Decas) se levantaron como un huracán incontenible y junto a la acción de nuestras fuerzas armadas, recuperaron el control del campo. ¿Cómo entonces se pudo argüir una autoría mediata si la condición de esa figura es una violación sistemática de Derechos Humanos? Y nunca podrá existir una violación sistemática de Derechos Humanos si la estrategia se basa en una alianza entre los campesinos y las fuerzas militares.
A Alberto Fujimori entonces se le persiguió por otras causas. Y, entre las causas principales está haber desmontado el estado soviético, basado en más de 200 empresas públicas, la regulación de precios y mercados y el control estatista del tipo de cambio, que el Perú heredó de la experiencia velasquista. El Estado empresario que Alberto Fujimori y el ex ministro de Economía Carlos Boloña desmontaron causó una de las hiperinflaciones más devastadoras de la humanidad en nuestro país y empobreció a más del 60% de la población.
Las reformas económicas de los noventa, que cancelaron el Estado empresario y fomentaron el surgimiento del sector privado más poderoso de nuestra historia, son obra directa de Alberto Fujimori. Estas reformas permitieron que el PBI peruano se multiplicara por cuatro y la pobreza se redujera del 60% de la población al 20% antes de la pandemia (después de Castillo subió a cerca del 30%), y convirtieron a Fujimori en el gran reformador del siglo XX. Y si le sumamos la estrategia contrasubversiva más popular del continente, Fujimori no solo es el gran reformador sino una de las figuras anticomunistas más poderosa del siglo pasado.
Sin embargo, los hombres no están exentos de errores. A nuestro entender el gran yerro de Fujimori es haber perpetrado el golpe del 5 de abril y haber intentado reelegirse en contra del texto constitucional anterior y las tradiciones políticas vigentes. Con ese error el legado reformista de Fujimori fue asociado al autoritarismo y, de esta manera, las corrientes comunistas y progresistas encontraron el argumento para cebarse en contra del reformador anticomunista e intentar perseguirlo de por vida.
Con la muerte del gran reformador del siglo pasado, inevitablemente, empezará a surgir la leyenda, el mito y las historias que se multiplicarán de aquí para allá.
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