A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
El candidato del Partido Republicano de Chile, José Antonio Kast, ganó las elecciones del domingo pasado con el 29% de los votos; mientras que Gabriel Boric, el candidato de Apruebo Dignidad (Frente Amplio), quedó en segundo lugar con el 25% de los votos. Ambos entonces disputarán una reñida y polarizada segunda vuelta.
El triunfo de la derecha chilena con Kast, en el acto, resucitó a la economía mapocha que –al igual que la peruana– venía experimentando una lenta agonía. La Bolsa de Valores de Santiago experimentó su mayor alza en 18 meses, el dólar se desplomó y Chile recuperó su condición de país de menor riesgo en América Latina.
Al respecto, vale señalar que las derechas y las izquierdas chilenas, que organizaron cuatro décadas de estabilidad política, económica y social en ese país –a través de la llamada transición pos Pinochet–, han sido relegadas, al menos momentáneamente. En otras palabras, los electores se inclinaron por alternativas con más definiciones ideológicas hacia la derecha y la izquierda.
Sin embargo, todos los observadores chilenos señalan que Kast y Boric deberán morigerar discursos para intentar acercarse a las posiciones de centro, habida cuenta de que ninguno superó el tercio de los votos. Los demás candidatos sumaban el 50% de las preferencias.
Es indudable que el triunfo de la segunda vuelta será del centro, pero con apellido: ya sea de la centro derecha o de la centro izquierda. No hay término medio.
¿Por qué en Chile se ha llegado a un nivel de polarización ideológica de la que nadie puede escapar? Quizá valga señalar que las propuestas del candidato Boric, de una u otra manera, son las mismas que las de todos los proyectos bolivarianos en la región (parecidas a la de Castillo en Perú, aunque con ciertas sofisticaciones).
Durante la campaña el candidato de la izquierda, por ejemplo, señaló que la economía no le interesaba, sino la redistribución del poder. Asimismo, propuso que en el directorio de las empresas hubiese presencia paritaria de empresarios y trabajadores; es decir, una estatización generalizada del sector privado.
Las propuestas de Boric están alineadas con los objetivos planteados por la mayoría colectivista y comunista de la Convención Constituyente, que se ha propuesto redactar una nueva Carta Política. Como todos sabemos, por errores del presidente Sebastián Piñera y la derecha tradicional mapocha, el país del sur se ha embarcado en la locura de reemplazar el texto constitucional que le posibilitó cuatro décadas de estabilidad política e institucional y alcanzar logros económicos y sociales que hacen palidecer a las élites de cualquier país emergente: el mayor ingreso per cápita de América Latina y solamente 8% de la población en pobreza.
Las locuras nacionales no solo ocurrieron con las experiencias bolcheviques y nazis en el siglo XX. También pueden suceder hoy en Chile.
Las definiciones ideológicas anticapitalistas de Boric y la izquierda chilena –que solo aceptan la propiedad privada si cumple una función social– derribaron las posibilidades de la derecha tradicional y de los gerentes de las corporaciones chilenas, que solían hablar con las barbaries del lenguaje inclusivo. Mientras la derecha hablaba con el “amigos y amigas”, la izquierda tomaba el control de la cultura y los colegios. De allí que los estudiantes chilenos marcharan exigiendo una "educación más inclusiva", pese a tener los mejores colegios del continente, mientras soñaban convertir al milagro chileno en una nueva Cuba de "menesterosos educados".
Frente a este tsunami cultural e ideológico de la izquierda chilena, emergió Kast y el Partido Republicano reivindicando los mejores valores de las tradiciones liberales y conservadoras de Occidente. Desde la reivindicación del orden y los derechos humanos hasta la defensa de la familia. Sobre ese universo cultural, se plantea la reducción de impuestos y la defensa de los mercados y del libre comercio.
Hoy Kast empieza a cosechar. Si gana las elecciones Chile habrá dado un paso importante para salvarse de la amenaza comunista.
En la eventualidad de ganar, ya como jefe de Estado, Kast debe convertirse en jefe de campaña en contra de la Constitución colectivista que perpetra la Convención. Si en el plebiscito de salida gana el NO al mamotreto comunista, Kast será uno de los padres fundadores del gran Chile, un civil, un demócrata, con el lenguaje irrenunciable del sufragio.
La izquierda ya no tendrá el argumento antimilitarista.
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