A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
Todo parece indicar que la llegada de gobiernos comunistas o colectivistas a Perú y Chile, países que se habían convertido en milagros económicos y sociales entre los países emergentes, se convertirá en un fracaso generalizado para las izquierdas en la región. ¿Por qué? No solo se trata del golpe fallido de Pedro Castillo en Perú ni de la derrota de la constituyente en Chile. En ambos países el crecimiento, la reducción de pobreza y la expansión de las clases medias, se detuvieron en seco con el triunfo de las izquierdas colectivistas. Y al parecer, todavía no hay una teoría o una narrativa eficiente para explicar cómo así se puede sacrificar la prosperidad de un país en función de una ideología.
De alguna manera la viabilidad electoral de las izquierdas parece comprometida en Chile y Perú luego de que el primer y el segundo productor mundiales de cobre entrarán en recesión y ralentización económica respectivamente. De alguna manera, Pedro Castillo y Gabriel Boric parecen la encarnación de todas las ineficiencias y limitaciones en función de una ideología y, de alguna forma también, la conducta de ambos evoca ese aserto que señala que “más vale malo conocido que bueno por conocer”. En Chile, por ejemplo, no sería nada extraño que los tradicionales partidos de la Concertación vuelvan a tomar las riendas del Estado. Veremos.
Sin embargo, más allá de los fracasos de las izquierdas colectivistas en la región (hay que sumar el colapso económico de Bolivia que confirma la tragedia de Venezuela) queda una pregunta crucial: ¿Cómo fue posible que las dos estrellas de la región, con el mayor crecimiento y proceso de reducción de pobreza, fuesen tomadas por la izquierda anticapitalista? En el 2019 los jóvenes chilenos incendiaron el sistema de transportes de Santiago y quemaron iglesias exigiendo que Chile se convirtiera en Cuba y Venezuela, no obstante que el país del sur tenía un ingreso per cápita de más de US$ 15,000 y había reducido la pobreza por debajo del 8% de la población. ¿Cómo fue posible semejante locura que inició la tragedia del “momento constituyente” que ha frenado a Chile?
Las mismas preguntas valen para el Perú. Luego de triplicar el PBI, reducir pobreza del 60% de la población a 20% antes de la pandemia y expandir las clases medias como nunca en la historia peruana, ¿cómo se pudo elegir a Pedro Castillo, un candidato que proponía abrogar la Constitución de 1993, instalar una constituyente para establecer un sistema anticapitalista? En otras palabras, Castillo proponía terminar con el modelo que había sacado al Perú de la pobreza y la disolución. ¿Cómo fue posible tanto desquiciamiento?
La respuesta debe subrayarse una y otra vez: la gente no solo se alimenta de la economía, del incremento de los salarios y el bienestar, sino también de relatos, de historias y fábulas. En ambos países, y en la región en general, mientras los defensores de la libertad y el mercado se dedicaban a defender el modelo económico y la inversión y el empleo, las izquierdas se dedicaban a construir narrativas e historias.
En el Perú el fujimorismo se convirtió en el demonio y surgió el antifujimorismo como el principal partido político. En Chile, el pinochetismo se transformó en el sinónimo de los infiernos y el antipinochetismo limpió el camino para el regreso de las izquierdas comunistas luego del fracaso de Allende. Semejantes fábulas sobre el bien y el mal se convirtieron en las sombras tras las cuales se agazapó la izquierda comunista hasta que tomó el poder.
Sin embargo, no solo se trata de los cuentos sobre el bien y el mal. Las izquierdas fabularon en todos los segmentos de la sociedad y se apoderaron de los sentidos comunes de la gente a través de las narrativas que demonizaban al empresariado, la supuesta defensa de los derechos humanos, los relatos medioambientales anticapitalistas y la llamada ideología de género. Para avanzar en esos objetivos utilizaron desde la escuela pública y los medios de comunicación hasta infinidad de oenegés.
En ese contexto, que los estudiantes de Santiago pretendieran quemar su país exigiendo convertirse en Venezuela –con 80% de la población en pobreza– no parece nada extraño. Las sociedades se enferman por las leyendas y fábulas erróneas. Así siempre ha sucedido.
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