La corrupción no tiene color

El mito de la supuesta “superioridad moral” de los marxistas.                                                                                                                                   

El proceso judicial abierto contra el vicepresidente argentino, Amado Boudou, por los presuntos delitos de cohecho y negociación incompatible, vuelve a traer al primer plano los altos niveles de corrupción que subsisten en los países bolivarianos o chavistas, a despecho del discurso moralista y justiciero a que nos tienen acostumbrados los caudillos autoritarios marxistas.

El brazo derecho de Cristina Kirchner podría ir seis años a la cárcel por haber entregado a allegados suyos la administración de la empresa fabricante de billetes Ciccone Calcográfica, que antes había ordenado intervenir para salvarla de la quiebra con recursos del Estado.

Aunque pretenda negarlo, la izquierda y la corrupción se entienden muy bien. Hugo Chávez por ejemplo, irrumpió como el campeón de la anti-corrupción y acabó hundido en una enorme corruptela: Utilizó el petróleo para comprar su “liderazgo” en la región. Prácticamente regaló US$ 70,000 millones en crudo. Sólo a Cuba le regaló unos US$ 18,000 millones. Y nadie sabe cómo los hijos del difunto comandante llevan hoy un tren de vida fastuoso.

Muchos de los nuevos ricos venezolanos, los “boli-burgueses”, han amasado fortunas especulando a la sombra del poder con los precios de los alimentos básicos en los mercados negros surgidos por la escasez. Calco y copia de lo que ocurre en la Cuba castrista.

La corrupción también es el rasgo principal del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua, el de Dilma Rouseff en Brasil, y ahora el de Cristina Kirchner en Argentina. En Nicaragua, la prensa independiente considera que Ortega ha superado en corrupción a Arnoldo Alemán, quien en los 90 fue considerado el octavo gobernante más corrupto del mundo. Y qué decir de la promiscuidad del ex presidente y obispo paraguayo Fernando Lugo, otro “símbolo moral”.

El gobierno socialista de Rouseff, al igual que el de su antecesor Lula Da Silva, también está marcado por la corrupción. Millones de ciudadanos salieron a protestar a las calles hace poco bajo la consigna “paren de robar”, tras conocerse los presuntos negociados multimillonarios en la construcción de la infraestructura para la Copa Mundial 2014.

El ex presidente del gobernante Partido de los Trabajadores y brazo derecho de Lula, José Dirceu, fue sentenciado a diez años y diez meses de prisión por corrupto. Y en lo que va del gobierno de Rouseff han dimitido 7 ministros acusados de corrupción. La misma presidente ha sido involucrada en una supuesta compra sobrevalorada de una refinería de petróleo.

En este contexto de descomposición moral de la izquierda latinoamericana, en el Perú se han destapado los presuntos negociados de los izquierdistas Gregorio Santos en Cajamarca, Gerardo Viñas en Tumbes, y Juan Manuel Guillén en Arequipa, así como el escándalo de la Caja Metropolitana de Lima. Destaca igualmente complicidad política de la izquierda para blindar a Alejandro Toledo y Alexis Humana de los graves hechos que se les imputa.

El caso de Boudou es el más reciente capítulo de una misma historia de la doble moral de la izquierda autoritaria: predica la lucha contra la corrupción pero la ejerce sin ascos cuando llega al poder, dice que defiende a los pobres pero se roba los recursos que debería destinar a combatir la pobreza.

Como se puede apreciar con absoluta claridad en todos lados se cuecen habas y la corrupción de no es un patrimonio exclusivo de las derechas como pretende la izquierda. Más justo es decir que la corrupción no tiene color político.