A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
El triunfo de Gabriel Boric, candidato de la izquierda comunista, con una ventaja de más de diez puntos sobre José Antonio Kast, representante de la derecha, causa asombro mundial. Es difícil entender cómo un país con el ingreso per cápita más alto de América Latina, con la menor pobreza en la región (8% de la población), con las clases medias más extendidas, con la mejor educación y las mejores infraestructuras del continente ha decidido embarcarse en el camino anticapitalista.
Y si consideramos que existe una asamblea constituyente que redacta una carta política anticapitalista, es evidente que el triunfo de Boric no es un accidente (tal como podría haber sucedido en Perú, por ejemplo), sino el resultado de un paciente, intenso y sostenido triunfo cultural, de la izquierda comunista en Chile. En el país del sur los debates sobre los derechos humanos, el medio ambiente, los temas de género, la familia, sobre las relaciones de propiedad y empresa, los temas de la educación, han sido largamente ganados por el progresismo.
Mientras la derecha chilena fomentaba la inversión privada y la expansión de los mercados, dejaba que la izquierda y los maestros del Frente Amplio y el Partido Comunista –a través del sindicato magisterial– se encargara de la educación de los niños. Hoy sabemos que los hijos de los empresarios y de las clases medias consolidadas son los jóvenes que incendiaron Santiago, quemaron iglesias y destruyeron el principio de autoridad, forzando la convocatoria de una constituyente.
Luego de la caída del Muro de Berlín y del regreso a la democracia, la derecha chilena creyó en la metafísica del fin de la historia y permitió que las corrientes progresistas y comunistas colonizaran las universidades, los colegios y todas las entidades de la cultura. Cuando vemos que lo mismo ha sucedido en España, en Perú, en Colombia e, incluso, en Estados Unidos con las alas radicalizadas del Partido Demócrata, entonces reparamos que no es un acontecimiento chileno. Lo que sucede es que Chile se está convirtiendo en la nueva Rusia zarista, en la nueva China de la Gran Marcha. ¿A qué nos referimos? En Santiago se está escenificando un nuevo paradigma de la revolución comunista, se está fraguando el triunfo de una nueva estrategia de poder. Nos referimos al marxismo cultural, que convierte en pasado a las estrategias del asalto al poder de Lenin y la guerra popular prolongada de Mao.
En la estrategia de poder del marxismo cultural no se cuestiona la economía de mercado hasta que se ha organizado “la hegemonía cultural de la sociedad” o hasta que la derecha y los empresarios comiencen a hablar con los estribillos del lenguaje inclusivo. Ganada la guerra cultural, la colectivización de la economía sucede como por ley física; así lo señalan las nuevas tradiciones marxistas de la Escuela de Frankfurt, las interesantes teorías de Gramsci y la estrategia deconstruccionista del marxismo francés.
No hay, entonces, arbitrariedad en lo que sucede en Chile, en Europa y en Estados Unidos. Luego de la caída del Muro de Berlín, los defensores de Occidente y las libertades se fueron de vacaciones a disfrutar el fin de la historia, mientras el comunismo continuaba renovándose ideológica y culturalmente una y otra vez. Emprendieron una gigantesca labor de deconstrucción de los pilares de Occidente hasta que, de pronto, nadie sabía por qué la familia –la única fuente de la propiedad privada y el mercado–, podía ser un argumento relativo.
El marxismo cultural ha desarrollado una de las labores ideológicas más audaces y ambiciosas de Occidente. Por ejemplo, ahora creemos que las tradiciones religiosas de Occidente (el cristianismo) son una fuente de ignorancia. Y los muchachos clasemedieros lo repiten como un mantra. Es una nueva fe, un nuevo dogma laico, que ignora adrede que desde Aristóteles hasta Kant y Hegel, los filósofos occidentales se han jalado los pelos por la divinidad. Desde Marx el asunto cambió, pero Marx siempre fue un filósofo menor, aunque ahora los occidentales lo veneran sin saberlo.
Si bien en un artículo periodístico hablar de asuntos de filosofía puede ser una osadía, que el atrevimiento valga para sugerir que la propiedad y la libertad económica son solo consecuencias de la libertad en general. Y que, sin filosofía, sin historia, humanidades ni cultura, el comunismo ganará largamente.
No hay otra manera de salvar a Occidente.
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