A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
¿Influirá el desastre mundialista brasileño en las elecciones de octubre?
El gobierno de Brasil acaba de descartar que la imagen de la presidenta Dilma Rouseff y sus planes de reelegirse en las elecciones presidenciales de octubre vayan a verse afectados por el desastre deportivo registrado en la Copa del Mundo de fútbol, con la derrota de la selección brasileña ante Alemania (1-7). A despecho del optimismo oficial, hay una serie de hechos que invitan a pensar que la candidatura de Dilma ha empezado a hacer agua.
La reacción inmediata del gobierno y de la presidenta - que se declaró una hincha defraudada más - dejan entrever que Rouseff tiene un plan de contingencia para enfrentar el escenario actual de un fuerte descontento popular por la eliminación de su seleccionado, pero su mayor problema es que había asociado demasiado su imagen con la Copa del Mundo y con el equipo brasileño humillado, lo cual haría muy difícil que la presidenta se libre de compartir el peso de semejante derrota.
El Mundial le dio al gobierno una tregua con las protestas populares masivas registradas antes del torneo, pero el malestar ciudadano sigue allí, y se hizo sentir en todos los partidos que jugó su seleccionado en presencia de la jefe de Estado. Las tribunas repletas de los estadios corearon lemas contra Rouseff y su gobierno. Este rechazo se acrecentó, tras la vergonzosa derrota, en las calles, donde se desataron actos de violencia que podrían anunciar la llegada de días difíciles para Rouseff.
En las protestas previas al mundial los brasileños rechazaron el gasto enorme que hizo el gobierno para la Copa del Mundo, por considerarlo un derroche en comparación con los presupuestos magros asignados a los servicios públicos de mala calidad. Lo único que podía compensar ese malestar era que Brasil ganara el torneo. Ahora el gobierno se ha quedado sin ese “bálsamo” social.
La gran interrogante es si la frustración deportiva que vive Brasil tendrá efectos a la hora que los brasileños vayan a votar, en octubre, para elegir a un nuevo gobierno. Los antecedentes dicen que no, pero hoy las cosas son distintas: El Mundial es en Brasil, nunca sufrieron una una derrota tan terrible, y la situación social no era tan explosiva como ahora. Los siete goles alemanes serán sin duda un pesado fardo que tendrá que cargar Dilma en su campaña.
Dilma lideró las últimas encuestas de intención de voto. Subió de 34 % a 38%, seguida de su principal rival, el centroderechista Aécio Neves con 20 %; y del también socialista Eduardo Campos con 9%. Dicha alza coincidió con la efervescencia que vivieron los brasileños los últimos meses, sintiéndose ganadores del Mundial.
Seguramente las próximas encuestas nos dirán cuánto ha impactado en la intención de voto la tragedia deportiva. En cualquier caso, el sueño de campeón acabó en una pesadilla que ha puesto a los brasileños, de vuelta, frente a su dura realidad: Son la sexta economía del mundo, tienen ingentes recursos, y sin embargo atraviesan graves problemas en su economía, seguridad interna, salud pública y, sobre todo, de corrupción: Ocho ministros han renunciado acusados de corruptelas.
El “modelo socialista” de Dilma y Lula, basado en políticas populistas y proteccionistas, ha agravado los efectos de la crisis internacional en Brasil. En junio superó la meta inflacionaria de este año de 6.5 %, al llegar a 6.52%, lo cual ha afectado el principal motor de la economía brasileña, el consumo. Y como consecuencia de ello la proyección de crecimiento económico para este año se ha reducido a 1.07% con respecto al 2013, cuando creció 2,3%, lo cual configura una desaceleración importante.
La fiebre mundialista desvió la atención de los brasileños hacia el fútbol y los alejó de los problemas nacionales. Pero el recreo se acabó abruptamente. Veremos si Dilma puede remontar el malestar ciudadano contra el aumento del desempleo, de los precios y de la delincuencia, y por los malos servicios públicos, un malestar atizado ahora por el fracaso mundialista. Soplan vientos fuertes en la política brasileña, y parecen anunciar el final de 12 años de gobiernos izquierdistas que estancaron el progreso que alcanzó Brasil cuando abrió su economía a la inversión.
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