A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
A pocas horas de la segunda vuelta que definirá la presidencia en Argentina, las encuestas registran un virtual empate entre Javier Milei, el candidato libertario y anti establishment; y Sergio Massa, el candidato peronista que representa a la llamada “casta” política y social del país gaucho.
Una de las cosas que impresiona es cómo Massa, el ministro de Economía de un país devastado por la tragedia económica, puede estar peleando voto a voto la elección nacional. Si reparamos que la inflación sobrepasa el 130%, que la pobreza se extiende sobre el 40% de la población, que las bóvedas de los bancos ya no alcanzan para guardar los pesos que crecen en cantidad y se devalúan hora a hora, ¿cómo es posible que Massa tenga posibilidades en una segunda vuelta? Si advertimos que el PBI de Argentina suma alrededor de US$ 500 mil millones, sin embargo, la deuda pública sobrepasa el 85% del PBI y encadena a varias generaciones a obligaciones absurdas, ¿cómo Massa puede seguir en carrera?
A nuestro entender las posibilidades de Massa revelan los límites de cualquier outsider que surge como un cometa en medio de un sistema político que aglutina coaliciones mercantilistas de empresarios y sindicatos, en un sistema organizado de permanente clientelaje y diversas formas de corrupción. Javier Milei es un típico outsider que viene por la derecha, con todas las imprevisiones y limitaciones que suelen presentar los inexpertos en política, sobre todo frente a un establishment que ha convertido al peronismo en una especie de religión laica.
Sin embargo, más allá de las limitaciones de Milei, el candidato de La Libertad Avanza, ha desarrollado una intensa y épica batalla cultural e ideológica que, a nuestro entender, cambiará para siempre la agenda de la política argentina. Milei ha dejado en claro que los países que superan la pobreza y extienden el bienestar a las sociedades son aquellos que promueven y protegen la inversión privada y el avance y la creatividad de los mercados. De una u otra manera, las sobrerregulaciones interminables del modelo argentino y los diversos tipos de cambio para favorecer a los amigos o perpetrar corrupciones han sido exorcizados por el candidato libertario.
Igualmente, la idea de que en una economía nacional, como en cualquier hogar, se debe gastar de acuerdo a los ingresos, se ha grabado en la mente de la mayoría de los argentinos, más allá de las campañas del miedo que ha desatado el peronismo frente a un eventual ajuste y retiro gradual de subsidios de parte de un posible gobierno de Milei. Y finalmente, la concepción de que el progreso y bienestar de las sociedades desarrolladas –a diferencia de las populistas, comunistas y opresoras– fundamentalmente, proviene de la libertad, es una de las ideas de fuerza que ha llegado para quedarse en la sociedad argentina.
La cruzada ideológica y cultural de Milei, de una u otra manera, nos lleva a recordar que la campaña cultural que desarrolló Mario Vargas Llosa en las elecciones nacionales de los noventa en Perú. Vargas Llosa no ganó las elecciones, pero las ideas que propagandizó pasaron a formar parte de la agenda pública nacional, a tal extremo que el gobierno de Alberto Fujimori materializó las reformas propuestas por el laureado escritor.
Más allá de los resultados de las elecciones de este domingo se debe relievar y reconocer la cruzada ideológica y cultural de Milei. Sin embargo, nos queda otra inevitable lección: la guerra cultural, las batallas para preservar los valores occidentales en América Latina, no puede depender de las posibilidades de un caudillo, más allá de su condición de outsider. Si queremos superar la hegemonía cultural del progresismo y las corrientes de izquierda en la región, estamos obligados a construir movimientos de largo plazo. Movimientos que se gesten desde abajo hacia arriba. Y algo así solo será posible con la renovación ideológica y organizativa de las derechas y de los demócratas latinoamericanos.
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