A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
Cuando contemplamos cómo la revolución francesa del siglo XVIII y el progresismo de la modernidad han convertido a Francia en una sociedad sin historia y sin tradiciones, inerme frente a la explosión de otras culturas, uno se pregunta por la importancia de estas ausencias francesas en el desarrollo de la libertad y el capitalismo. O quizá se podría sostener que sin la historia y las tradiciones occidentales no habría surgido la idea de Occidente, la experiencia en la que se han alcanzado los mayores espacios de la libertad en la historia de la humanidad.
En Francia, la mayoría de la sociedad no tiene historia y tradiciones, más allá de las festividades nacionales que se suelen conmemorar para cumplir con el calendario. Sin embargo, en una minoría entre el 20% y 30% de la población ha surgido una religiosidad islámica y una religiosidad profana que no acepta la nacionalidad francesa –pese a representar una tercera generación de hijos de migrantes–, que cuestiona la Constitución y el Estado de derecho y que pretende organizar otro sistema estatal dentro del estado francés. Se trata de una minoría activa que se organiza en milicias violentas –como suele suceder en los procesos revolucionarios del eje bolivariano en la región–, que participa de un fundamentalismo islámico que se combina con la prédica marxista acerca de que el capitalismo ha fracasado en Francia. En otras palabras, dos religiones, una sagrada y otra laica, que conducen una minoría que pretende aplastar a la mayoría envejecida de franceses, sin historia y sin tradiciones.
¿A dónde vamos? El progresismo neomarxista que convirtió a París y Francia en la capital de su ofensiva mundial ha terminado erosionando todas las tradiciones que construyeron la grandeza de Francia y de la cultura occidental. Para resumir la idea de Occidente uno podría señalar que ellas se resumen en el cristianismo, la herencia del derecho romano, el capitalismo y la propiedad privada. Todas esas tradiciones hoy son cuestionadas por minorías y milicias violentistas en las calles.
Es incuestionable que si Francia hubiese conservado sus tradiciones la sociedad gala tendría una enorme capacidad para absorber las tradiciones islámicas –con enormes aportes a la cultura humana– y domeñar la estrategia del marxismo, una religión profana que se proclama científica. El ejemplo contrario es Estados Unidos, país que todavía conserva sus tradiciones y sigue siendo la cuna occidental de los migrantes por excelencia.
Es evidente, pues, que la historia y las tradiciones tienen demasiado que ver con la libertad tal como la conocemos en la práctica. Es decir, a través de las constituciones y los estados de derechos.
¿Qué relación tienen todas estas reflexiones con América Latina? De alguna manera la región está a medio camino de las tradiciones occidentales. Por ejemplo, todavía conserva sus tradiciones cristianas; pero no logra desarrollar el capitalismo, no obstante que la realidad de las sociedades reales, de los universos de la informalidad, solo organizan sistemas de propiedad privada, contratos y mercados.
En este contexto es hora de revalorar y recuperar la historia y las tradiciones que nos legó Occidente para construir una sociedad abierta y el Estado de derecho, el único modelo en el que prospera la libertad. Finalmente la evolución de cualquier sociedad, tal como sucede en los mercados informales del Perú y en el propio Puno, parecen confirmar que las familias, la propiedad privada, los contratos, los mercados y el lenguaje son instituciones que han surgido al margen de la voluntad de los hombres, como producto de un lento proceso de evolución. En este contexto, la historia y las tradiciones parecen convertirse en el fierro y el cemento de estas instituciones naturales.
El progresismo, el neomarxismo, y las corrientes comunistas, con sus ideas de la planificación racional y los proyectos de reingeniería social, pretenden cancelar la evolución natural de las sociedades e intentan planificar el desarrollo de entidades como la familia, la propiedad, los contratos y las religiones.
Ya sabemos que el multiculturalismo ha derrumbado a Francia. En América Latina la falta de capitalismo, la falta de formalización de la evolución social y la propiedad privada, nos pone a medio camino de Occidente. Sin embargo, para superar cualquier obstáculo los latinoamericanos debemos preservar nuestra historia y nuestras tradiciones.
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