Algunos días después de la APEC, poco a poco, el Per&uac...
Tres décadas atrás, en los rankings de los grupos empresariales más importantes de América Latina no aparecía ningún grupo peruano. La economía era demasiado pequeña y el tamaño de sus empresas también. Hoy, por el contrario, entre los primeros diez de los rankings de América Latina suelen aparecer varios conglomerados empresariales del país. Es el resultado natural de tres décadas de economía abierta, desregulación de precios y mercados y papel subsidiario del Estado frente al sector privado, que han cuadruplicado el PBI, que hoy se acerca a los US$ 240,000 millones.
Si consideramos el sector moderno y formal de las empresas y el amplio y extendido mundo emergente de los mercados populares, sin lugar a dudas hoy el Perú tiene el sector privado más poderoso y democratizado de su historia republicana. Ni siquiera el Perú de los latifundios antes de Velasco, que organizó un potente sector privado, puede asemejarse en tamaño y multitud al nuevo rostro empresarial en el Perú. Algo más. Con las masivas migraciones de los Andes a la costa, a mediados del siglo pasado, el mundo emergente y los mercados populares se convirtieron en el crisol de la peruanidad que superó la clásica división entre un sector criollo que controlaba el poder y un sector andino mayoritario, pero excluido del voto y la propiedad.
Sin embargo, a pesar del surgimiento del sector empresarial más poderoso de nuestra historia, el 2021 ganó las elección un gobierno de corte comunista y colectivista, luego que, desde el 2012, se comenzaran a detener la mayoría se inversiones mineras, en agroexportación y en infraestructuras. ¿Cómo explicar esta paradoja? Una pregunta que también vale para Chile y Colombia, dos países con poderosos sectores privados y que, sin embargo, encumbraron a gobiernos de izquierda que paralizaron el crecimiento y comenzaron un proceso de involución.
Una primera respuesta a esta interrogante puede ser que el sector empresarial en el Perú renunció a ser clase dirigente, ignoró la batalla ideológica y cultural, renunció a formar think tanks y a promover un sistema de partidos estables. ¿Acaso se puede culpar al sector privado de estos graves vacíos? En las democracias occidentales, los sistemas republicanos –es decir, las instituciones que controlan el poder– tienen en los partidos políticos y en la guerra de ideas los instrumentos y el combustible para seguir afirmando las libertades. Hasta hoy, no obstante, el mundo digital y la sociedad de redes que ha surgido, no se ha inventado un método alternativo para organizar a las democracias. Asimismo, vale anotar que el propio Marx reconoció que la democracia es el régimen de la burguesía. En otras palabras, solo hay libertad en las sociedades en donde el sector privado controla abrumadora y mayoritariamente la economía. Por eso no hay democracia en Cuba ni en Corea del Norte.
El avance del capitalismo inevitablemente reduce la pobreza. Sin embargo, puede incrementar las desigualdades entre los no pobres. Y las revoluciones no la hacen los pobres –que dedican el día a sobrevivir– sino quienes han abandonado la pobreza y observan que unos crecen más rápido que otros. La desigualdad que genera el capitalismo requiere una intensa guerra cultural, ideológica, la promoción de think tanks, sistemas de partidos y todo tipo de redes culturales.
En el Perú mientras el sector privado se dedicaba a invertir de sol a sol, a generar empleo, a reducir pobreza y a dignificar la sociedad, las corrientes comunistas y progresistas se focalizaban en construir los relatos, narrativas y fábulas que han organizado las políticas públicas de las últimas décadas. En este contexto, desde el 2012 se detuvo el capitalismo y se alentó la guerra y polarización política entre bandos irreconciliables, hasta que llegó Castillo al poder.
Si el sector privado de una determinada sociedad no financia a la política y el espacio público, ¿acaso debería hacerlo el Estado? De ninguna manera, porque sería el germen del autoritarismo y la desinstitucionalización, como ya pasó en el Perú. ¿Los fondos internacionales de las oenegés? De ninguna manera, porque sería condenar al Perú a una forma de coloniaje y se expropiaría la soberanía de las instituciones que nacen del sufragio.
Es evidente, pues, que una democracia solo se puede construir sobre el aporte del sector privado.
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